—Lo vengo a ver de cuerpo presente, me
encuentro estreñida de ideas y no me sale nada aunque pase horas sentada.
Necesito dinero de inmediato para pagar mi tarjeta excedida.
El Editor, sin levantar la vista del
escritorio: —Eso le pasa por ir de vacaciones, la gente de su clase económica,
no puede ver el mar, aunque sea un finde. Míreme a mí, no salí de este
escritorio, pensando cómo haré para pagarle a usted, por ejemplo, los últimos
libros quedaron expuestos. Nadie compró nada. Le regalo una idea: tome sopa de
letras, se pone a noviar con tipos de vastos conocimientos, en libros de culto.
Plagie algo de la biblioteca de su abuelo, nadie se acuerda de páginas
antiguas. Hubo premios a escritores zopencos que hicieron sanguchito y en el
medio lo rellenaron con otro libro. Usted es muy seria, plagiar hoy no está mal
visto. Y si no, el novio que le tipea e imprime, que le escriba algo inventado.
El Editor está cada vez más corrupto y
pretende que lo imite. Me tiro a la pileta y nado hasta no dar más. Miro desde
el borde, sin salir, toda clase de insectos con sus flias, hay uno en especial
que siento conocer de antes. Es un gusano largo de cuerpo de esferas, casi blancas,
comiendo pedazos a la mora y sus hojitas. Un déjà vu, vi la cara del Editor, en
la cabeza del gusano. Le arranqué la cabeza, la metí en un bombón de dulce de
leche, mastiqué y luego lo escupí en el lavatorio. El gusano resbalaba sus
esferas. La última esfera tenía la cara del Editor, que me tiraba besitos.

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