sábado, 23 de febrero de 2019

LAS COSAS ES ASÍ



   —Vengan los cinco, de mayor a menor.
   —Adolfo, se portaron muy bien, ¿te parece?, todavía no dejaste el uniforme, pensá lo que hacés. Sufren los chicos.
   Adolfo pasaba por cada uno y le daba una bofetada. Empezaba por la más intensa al más grande y su mano se iba suavizando hasta la panza de Genoveva.
   —Y a éste no le doy la bofetada, porque todavía no nació, cuando nazca, ya veremos.
   Trabajaba en el Ejército, allí suprimía la bofetada, por el grito de milico liero. Los fines de semana dejaba el uniforme en la tintorería china y suprimía las bofetadas. Jugaba con los chicos al football, al basket y con las chicas hacía shopping en el kiosco de la esquina.
   Genoveva limpiaba el caserón, escuchando las risas de los niños, jugaban con la manguera hasta que el barro venía perfecto, para las carreras del resbalón. A las doce de la noche del domingo, iba mutando lento, sin beso de despedida para ninguno. Su vida era un GPS cuya estructura espantaba al mundo.
   El único cuadro en toda la casa era un enorme óleo de Adolfo Hitler, del brazo de Marilyn Monroe, lo mandó a hacer con un amigo judío que no le cobró nada y Adolfo, en agradecimiento, le regaló cuatro cachorritos de dóberman. La única lectura permitida a la familia era “Mi Lucha”. Hizo que sus hijos aprendieran páginas de memoria.
   Genoveva no daba más con sus nueve meses de embarazo, estaba por llegar su marido y los chicos formaban la fila acostumbrada. Escucharon sus botas un dos, un dos. Mientras los niños hacían coro murmurando: “Apretando el paso, cerrando el culo”. En ese momento, Genoveva rompió bolsa.
   Antes de cachetear los chicos: —Adolfo llevame ya, porque voy a parir.
   —Un momento, acá nadie se me indisciplina, Genoveva, secá el piso, mientras abofeteo los chicos, que es lo que corresponde.
   Genoveva pidió una ambulancia, las contracciones le dieron vuelta la cabeza, trajo una ametralladora de la Segunda Guerra.
   —Adolfo, apoyate en la pared, los geranios del primer piso se soltaron y te van a aplastar la cabeza.
   Adolfo se incrustó en la pared, Genoveva, traía escondida la ametralladora, funcionaba perfecta, le disparó de arriba abajo y de derecha a izquierda, Adolfo seguía hablando semi muerto: —Que nazca varón y bautizalo Jorge Rafael.
   Vino el más grande, con una pistola, última generación y le disparó en la frente: —Callate puto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario