martes, 16 de abril de 2019

ART DECÓ



   Llegó él primero, tenía reservada una mesa, a los quince minutos apareció ella, con una seriedad al borde del enojo fingido. Se conocieron en la calle, ambos sorprendidos sin saber, pero con los ojos alineados y rictus sonrientes. Los ojos no podían despegarse. La invitó a comer a ese lugar Art Decó, casi sin clientes, pero tuvo que reservar.
   Ni bien conectaron sus miradas, fueron interrumpidos por un mozo almidonado, que cortó la zona imantada, con una carta de comidas.
   —Cuando hayan elegido, el Señor me llama, a su derecha oprima el botón rojo.
   Apoyaron sus servilletas con forma de cisnes y lamentaron romper el diseño de la puesta en escena. Sin mirar la carta, eligieron sus platos favoritos, idénticos, identificaron el mismo vino. Una vez servidos, conectaron sus miradas, luego que el mozo concluyera cernir el cabernet, al Señor, claro, que probó y asintió. El humo de las comidas despareció con el tiempo de las miradas permanentes. No tocaron los cubiertos ni tomaron las copas. Ella oprimió el botón rojo. —La cuenta, por favor.
    Apoyó la tarjeta en una bandeja oval y absurda. En unos segundos le fue devuelta, con un dinero más que cuantioso, para propina. El mozo tocó la bandeja con inflexión exagerada. Pasaron por alto que no comieron ni tomaron. 
   Él preguntó: —¿Vamos a mi casa?
   Ella asintió. Cemento y vidrio, camino serpenteante, de palmeras antiguas. Se abrió una puerta automática, sin que dejaran sus ojos brillantes, unos sobre otros.
   —Corten, por favor! Corten! Me sorprendieron... Augusto, María, Alex y nuestro viejo y sabio Iluminador.
   —Cine de culto.-Dijo alguien-.
   —Sin duda,-Respondió el Director- es una lástima que haya pocas personas, y como está todo, el Cine es considerado suntuario.

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