Todos flacos,
altos y las crines rojizas, lo que conocemos como “fideo con tuco”. A ningún
pelirrojo le gusta que lo llamen así. Pero todos ellos eran tan exiguos e
infinitos, que parecían altos.
Las fotos se
tomaban a cada familia que entraba a la Iglesia. Se llenó la nave izquierda,
del primer al último banco. No hacía falta el testimonio de las fotos. La
familia de la novia era color rojizo y eso que el Fotógrafo atemperó los rojos,
dos o tres valores menos. La otra nave contenía a los familiares del novio, que
eran gordos, petisos y castaños como carozo de palta. Todos esperaban ansiosos
la llegada de la Novia, convenida al mediodía, lo corroboraban las
invitaciones.
Yo fui porque
nos invitó, a la Iglesia, no a la fiesta. Llegamos a las doce en punto. Me casé
con un inglés aburrido, que no quería llegar tarde a ningún lado, temprano
tampoco. En ocasiones se vanagloriaba de su puntualidad pirata.
—Ruth, son las
12.30 y la Novia no llegó.
—Georgi, no me
gusta esperar con tu reloj de voz, sonando el “cuánto faltará”, o el “no es
posible”.
Los invitados
sudaban, los ventiladores no funcionaban, el Clero ahorraba electricidad, por
avaricia. A la colorada no le conformaba ningún vestido, se probó ciento
cincuenta y se hicieron las 14.00, las 15.00, las 16.00.
—No me va
ninguno y por estos inconvenientes, no voy a alterar mi costumbre de hacer mi
siesta, hasta las 19.00.
Se retiraron
primero los amigos, de paso le dieron espacio a sus ideas, considerar obsoleto
el matrimonio. Los familiares se retiraban en grupos, puteando a la Colo, con
sonido punto Iglesia.
Nosotros
esperamos por respeto, hasta que Georgi dijo: —Por falta de respeto, nos vamos,
Ruth.
A ella no la
vimos, porque dormía hasta las siete.

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