martes, 30 de abril de 2019

EL PECADO SIN VENDER



   Todos flacos, altos y las crines rojizas, lo que conocemos como “fideo con tuco”. A ningún pelirrojo le gusta que lo llamen así. Pero todos ellos eran tan exiguos e infinitos, que parecían altos.
   Las fotos se tomaban a cada familia que entraba a la Iglesia. Se llenó la nave izquierda, del primer al último banco. No hacía falta el testimonio de las fotos. La familia de la novia era color rojizo y eso que el Fotógrafo atemperó los rojos, dos o tres valores menos. La otra nave contenía a los familiares del novio, que eran gordos, petisos y castaños como carozo de palta. Todos esperaban ansiosos la llegada de la Novia, convenida al mediodía, lo corroboraban las invitaciones.
   Yo fui porque nos invitó, a la Iglesia, no a la fiesta. Llegamos a las doce en punto. Me casé con un inglés aburrido, que no quería llegar tarde a ningún lado, temprano tampoco. En ocasiones se vanagloriaba de su puntualidad pirata.
   —Ruth, son las 12.30 y la Novia no llegó.
   —Georgi, no me gusta esperar con tu reloj de voz, sonando el “cuánto faltará”, o el “no es posible”.
   Los invitados sudaban, los ventiladores no funcionaban, el Clero ahorraba electricidad, por avaricia. A la colorada no le conformaba ningún vestido, se probó ciento cincuenta y se hicieron las 14.00, las 15.00, las 16.00.
   —No me va ninguno y por estos inconvenientes, no voy a alterar mi costumbre de hacer mi siesta, hasta las 19.00.
   Se retiraron primero los amigos, de paso le dieron espacio a sus ideas, considerar obsoleto el matrimonio. Los familiares se retiraban en grupos, puteando a la Colo, con sonido punto Iglesia.
   Nosotros esperamos por respeto, hasta que Georgi dijo: —Por falta de respeto, nos vamos, Ruth.
   A ella no la vimos, porque dormía hasta las siete.

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