Al primero lo
anotó Crisanto, al segundo Tenerife, el tercero se llamó Macondo. —Es de creer
que sus amigos les llamaran Cris, Tener, Moco, ¿o no?
Pensó en su
cuñada, mala como los gobiernos, no les dejó opción a los pobrecitos. —Yo los llamo
como los nombré y si se duda de mi sanidad, que viaje a Tenerife, que conozca
el Calvario de Cristo en Tandil y haya leído Cien Años de Soledad. Es lo más
que una Madre, pueda aspirar, igual que la cocaína. Tenerife tiene un
laboratorio grande, oculto, sólo lo saben los gringos enriquecidos, la yuta y
los que multan vehículos. A mi hijo lo protegen: la yuta, los abogados y los
jueces, que son los que más consumen. Al Intredente, le cocina el marido de la
Mucama, dicen que es un material especial.
Pensó en su
cuñada, mala con ganas y encima adicta a las drogas, el pobre de mi hermano
aceptaba para no pagar alquiler, préstamos y tarjetas. Su hijo Macondo, del que
nadie sospechaba, le guardaba la guita.
—Macondo quería
hacer un viaje con su Padre, al pueblo macondiano, para estar en familia, no
querían preguntar a mi cuñada, que les daría suspensiones por no respetar su
trabajo. Así debía ser.
Si alguna vez
guardó belleza, se le abrieron los roperos y no quedó nada. Llevaba la
contabilidad con certezas perversas y perfectas. Empleado que le robaba un
escarbadientes, lo dejaba cesante de inmediato. Le hacían manifestaciones a la
perra, ella los detenía con metadona en aerosol. Paraban la mano tres meses y después
seguían, la cuñada decía: los negros son microcéfalos por naturaleza.
—Tener una
cuñada nazi, discriminadora y asesina, soñando con ser el Führer, no necesitaba
juicio legal, ¿existe la Ley? Pero sí el pecado mortal. En una esquina de la
capital, la vi cruzar y le tiré el auto encima, una y otra vez, hasta que el
asfalto quedó rosado. Su cuerpo nunca fue encontrado. Los chicos formaron una Banda:
“Mamá se fue de Casa”, largaron los vicios, mi hermano, producía los
conciertos, se mudaron a Los Ángeles, que casi no pertenece a Estados Unidos.

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