—Hacemos
diecisiete kilómetros hasta arriba.
Éste está loco,
tomamos de todo con la panza vacía. —Dale, me gusta, es una idea poco realista,
pero si uno lo intenta…
El flaquito pone
cara de loser. —Vas a ver que ponés un pie, un paso y otro, así hasta donde te
dije, seguro todavía están. Yo subí solo y había niebla, pero pude.
Suncho estaba
entrenado, aún con una botella de vodka abierta, tomaba del pico y subía como
un gato. —Qué debilucho, Flaco! Te metés en los agujeros de agua, pozos de
barro, ortigales, ahí…ahí…! Tenés una culebra, decile con esta rama: “Fuera
bicho si estás aquí”. Poné voz de convencido, sino la culebra te pica, les
molesta que les pisemos su terreno.
El Flaco se
agarró el tobillo para hacer creer:
—Bueno, Suncho, a veces te toca perder, borrá
esa sonrisa de argento en Miami, no me picó un carajo. Me rompe las bolas que
me des clase.
¿Habrá
entendido, Suncho?, sino me desconcentra y hago cualquiera.
—¡Vamos Flaco,
quedan dos kilómetros y hay musgo!-No le explico porque se ofende-.
—¡Suncho! ¡Ayúdame,
me resbalé un kilómetro!
No le ayudaría
un carajo, pero quiero que estemos los dos, para que vea. —¡Llegamos, Flaco!
Batimos record, veinte minutos.-Porque es lento, sino lo hacemos en diez-.
—¡Qué vista,
Suncho, parece una Ciudad!
Ahora se va a
llevar la sorpresa de su vida:
—Flaco, mirá para abajo.
Mirá para qué me
trajo, dos soretes de su autoría y los muestra con orgullo, en la punta de las
Ánimas, para esto me hizo subir.
—Sos un tipo de
mierda.
Sonreía. —Tenés
razón, Flaco, pero al menos agradecé haber compartido mi experiencia.

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