Alquilaron los
cuatro una cabaña, forrada en maderas térmicas. Los dormitorios tenían paredes
herméticas, para las situaciones maritales de la picazón del séptimo año. Los
cuatro Arquitectos, competían entre ellos, en tonos bajos, las disidencias y los
niveles, que habían alcanzado. Bobby y Carola se casaron, luego Teo y Alicia. Se
conocieron en la Ciudad de La Plata, cursaban juntos, estudiaban en grupo y
eran reconocidos por sus logros modernosos, no asquerosos.
Todos pensaban
en casas construidas sobre la tierra, dándole importancia a la armonía entre
plantas y construcciones. Odiaban los edificios altos. Los jardines colgantes
de Babilonia, se involucraban en sus ideas.
Ese verano
transcurrió en una playa, rodeada de tamarindos. Hacían fogatas y quedaban
dormidos hasta que el frío los calaba. Una noche etílica, Carola y Teo,
durmieron en el dormitorio equivocado. Alicia y Bobby los buscaron como
sonámbulos, arrastraban los pies en la arena, gritando sus nombres. Resignaron
no encontrarlos y desmayaron en los sillones del living.
No era novedad
para ninguno, Teo y Carola curtían en el laburo antes de sus respectivos
casorios. Igual procedieron Alicia y Bobby. La adrenalina de los cuatro tenía
dimensiones de silencios no compartidos. No se nombraban los encuentros y había
un goce en ignorar ambas situaciones. Estalló una tormenta inesperada, hubo sol
el día entero, oscureció y el sol se fue sin despedirse. Carola y Teo trabaron
las ventanas del lado de afuera, también las puertas.
La cena estaba
lista y ellos tardaron más de lo previsto. La cabaña estaba cerrada en su
totalidad. Se quedaron criticando y riendo, de Profesores devotos: “Lo sé todo”,
que les quemaban la cabeza. Un temor compartido, antes del amanecer, lograron a
mazazos, romper la ventana de la cocina. Esta vez no gritaron, corrieron hasta
el médano más alto, un faro natural. Sobre unas piedras que el mar castigaba,
Carola y Teo yacían sobre y entre ellas. Tomados de las manos, Carola envolvía
la espalda de Teo, con su pelo de sirena. El mar llevaba los cuerpos y los
devolvía, como si se pudiera volver de una muerte convenida…

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