domingo, 21 de abril de 2019

CONTAME



   La costumbre era escribir con pluma de ave, mojada en tintero. En mi familia, Papá vestía levita negra, con camisa blanca y yo y mis hermanas hasta la más pequeña, vestidos hasta los tobillos, de terciopelo. Asomaban ruedos de puntillas blancas, collar isabelino almidonado, nuestros cuellos paspados no nos permitían girar la cabeza.
   A las doce horas, llamaban tres campanadas, que resonaban en el patio con aljibe y temblaban los jazmines. Nosotras nos sentábamos primero, Mamá destapaba una sopera y con cucharón servía el plato de Papá, a la cabecera. Antes de empezar uníamos nuestras manos y dábamos las gracias al Señor por la sopa. Mi hermana menor, que nació con justicia incorporada, agregaba: —Y a Josefa que hizo la sopa.
   La idea de mi Padre, mientras Mamá obedecía, era conservar un estado quieto, donde la modernidad no tuviera filtración alguna. Ellos nos daban clase, para que no tuviéramos contacto con el afuera. En la casa no existía ni radio ni televisión, sólo una vitrola RCA Víctor y discos duros, con óperas de sopranos reconocidos en tiempos obsoletos. La manejaba mi Padre, el aparato de boca abierta, tenía una manija que ponía en funcionamiento los sonidos, parecían provenir de un balde de latón.
   Él tenía la manija de todo, dar cuerda al reloj inmenso del péndulo de bronce, tocar una campanilla a las cinco en punto de la tarde, para tomar té con tostadas. Las colaciones se hacían sin hablar, sin reír, sólo escuchar la voz de él, que comentaba algo leído en “Caras y Caretas”, única revista permitida en la casa. Yo amaba escribir, pero la pluma no me coincidía con los tiempos del pensamiento. Juan Manuel, el Jardinero, armó un rincón frente a una ventana chica, con una tabla, un banquito, cuadernos rayados y biromes Uniball, Signo 07, con esos elementos, desplazaba historias que tenían mi propio sonido. Con el tiempo, arrastré a mi hermanita menor, que se deleitaba escribiendo cuentos para niños y con magia los ilustraba. Juan Manuel le regaló una caja de fibras de colores. Ella le respondió con una historieta que terminaba mal. Yo me enojé y ella se reía. —A Juan Manuel le gustan así, con mucha sangre y cabezas degolladas.
   Por denuncias vecinales, se hizo una requisa en la casa. Mis Padres fueron sentenciados a diez años de prisión, por abuso de la libertad de las personas, mi Madre salió un año después, por buena conducta. El Juez la consideró forzada por mi Padre, a llevar esa vida.
   Como nuestra historia se viralizó, el Juez decidió que estuviéramos bajo custodia de Josefa y Juan Manuel. Cuando Mamá volvió a casa, consideró que Josefa y Juan Manuel constituyeran parte de la familia.
   Cada uno se sentaba en la mesa donde quería y se hablaba con toda libertad, de lo que quisiéramos. Nos compraron ropa, fuimos anotadas en un Colegio, teníamos libros y un televisor enorme que estrenamos con una película, nos dio tanto miedo el tamaño de las personas, el mar que se nos venía encima, mi hermana menor, la más valiente, se sentaba en el sillón grande y contaba qué sucedía, nosotras, escondidas detrás del sillón, escuchábamos.
   Juan Manuel, que era muy joven, pidió permiso a Mamá, para llevarme a pasear al centro, ella dijo sí. Yo ya estaba con mi ropa de salir.
   —Juan Manuel, me siento rara cuando estoy con vos.
   Él dijo la verdad, como siempre lo hizo. —Vos sabés que a mí me ocurre igual?  Me siento raro. ¿A vos, hace mucho?
    —Y…sí. Cuando me hiciste el rincón para escribir y me trajiste las Uniball, te amé muchísimo, perdón, no quise decir amor de novios y esas estupideces, eso vino después.
   —Después?, cuándo?
   Yo también soy sincera. —Cuando me hice señorita, Juan Manuel, pero no te preocupes, ya sé que los hombres no saben de esas cosas.
   Comencé a observar a Mamá, siempre estaba murmurando con Josefa, o se reían de todo porque sí nomás. Un día mi hermanita me contó: —¿Sabés que vi cómo Mamá y Josefa se daban un beso en la boca?
   Yo no entendía nada. —¿Vos querés decir que Mami y Josefa son gay?
   Tiene pico largo y es veloz. —Yo creo que quedó tan horrorizada con nuestro Padre. Josefa la tranquilizaba y entonces…¿por qué me mirás con esa cara? Yo me alegré por las dos. Vos tenés tantos prejuicios, ellas están bien, eso es lo importante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario