martes, 9 de abril de 2019

SALVAJE




   Entre unos amigos y mi Papá, hicieron una casa sobre pilotes, frente al mar. Una playa larga y ancha, dos crecientes destruyeron parte de la casa. Papá tenía objetivos fijos, iba construyendo solo, ahora sin amigos, pero ayudábamos mi hermano Yepo, el más grande, Ramón, el del medio y Felipa, que soy yo, la menor, tenía cinco años. Esta vez la diseñó de madera, era arquitecto disidente, con ideas prácticas.
   Nuestra Madre tomaba vino en el desayuno, vino en el almuerzo y vino en la noche. Se metía en el agua sólo por una perla que lucía su anular. Una perla salvaje de mar, al sumergirla se ponía blanca, como la espuma que le dio forma. Un Joyero torpe, le hizo un agujerito para atornillarla a un anillo de platino. Fue la única pieza que Papá rescató de su Madre. Lo demás se lo llevaron los hermanos  y otros deudos, con la avidez de buitres. Uno de ellos le entregó la perla: —Tomá esto, que si no tuviera este agujero, su valor sería óptimo. Total a vos, no te interesa el dinero, ¿no?
   Cuenta Papá que le escupió la cara. —Me interesa menos que ser tu hermano.
   Se fue besando la piedra, no sé cómo hizo eso, a mí la perla me daba miedo. Mirábamos los cuatro, asombrados por la luna y la bufanda blanca de la costa. Llegó Mamá con su clásica copa en la mano y otra para Papi que aceptó. Yo me quedé dormida en la playa, el resto entró en la casa.
   Desperté, soñaba con la perla, sobretodo porque era salvaje. Grité, grité alto, vinieron corriendo Papá y mis hermanos. Mamá detrás, haciendo ochos. Al poco tiempo se divorciaron, vivíamos semana por medio, con cada uno. Cuando era el turno con mi Madre, daba miedo, parecía más vino que Madre y me hacía mimos, apoyando la perla sobre mis mejillas, parecía tener vida propia. Propuse a mis hermanos ir a vivir a la casa de la playa, pretextamos estudiar. Me dio alegría no ver más la perla salvaje, cerca.
   Ramón y Yepo no se recibieron de nada y vivían en Barcelona. Cuando quedé sola, recibí la noticia, que Mamá estaba internada, por su alcoholismo, el páncreas no quería funcionar, Papá pidió que no fuera. Según él, Mamá decía que quería que su perla, viviera en mis manos. Siempre fue tétrica, mi vieja.
   —Papi, por favor, no me la mandes, me recuerda…me recuerda…algo que me asustó, no olvides que vivo sola.
   Hice proyectos para no irme al carajo, me levantaba temprano, nadaba hasta quedar exhausta, dormía siestongas y salía a caminar, otear el horizonte y juntar caracoles, musgo, líquenes. Una ola imprevista rozó mis pies, revolví la arena y allí estaba. Juro que miró salvaje, vino sola del mar, la conocí por el agujero atornillado. Tomé las llaves del jeep y con lo que tenía puesto, llegué a mi depto. de Buenos Aires. Cerré la puerta y exhalé, abrí la canilla de la bañadera y la rejilla estaba tapada, eché el limpiacañerías, hizo glo glo y listo. ¡Salió la perla salvaje!  Huí desesperada, subí al ascensor, apreté el botón de planta baja y en vez de botón estaba la perla, con toda su salvajitud, para deglutirme.  

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