Entre unos
amigos y mi Papá, hicieron una casa sobre pilotes, frente al mar. Una playa
larga y ancha, dos crecientes destruyeron parte de la casa. Papá tenía
objetivos fijos, iba construyendo solo, ahora sin amigos, pero ayudábamos mi
hermano Yepo, el más grande, Ramón, el del medio y Felipa, que soy yo, la menor,
tenía cinco años. Esta vez la diseñó de madera, era arquitecto disidente, con
ideas prácticas.
Nuestra Madre
tomaba vino en el desayuno, vino en el almuerzo y vino en la noche. Se metía en
el agua sólo por una perla que lucía su anular. Una perla salvaje de mar, al
sumergirla se ponía blanca, como la espuma que le dio forma. Un Joyero torpe,
le hizo un agujerito para atornillarla a un anillo de platino. Fue la única
pieza que Papá rescató de su Madre. Lo demás se lo llevaron los hermanos y otros deudos, con la avidez de buitres. Uno
de ellos le entregó la perla: —Tomá esto, que si no tuviera este agujero, su
valor sería óptimo. Total a vos, no te interesa el dinero, ¿no?
Cuenta Papá que
le escupió la cara. —Me interesa menos que ser tu hermano.
Se fue besando
la piedra, no sé cómo hizo eso, a mí la perla me daba miedo. Mirábamos los
cuatro, asombrados por la luna y la bufanda blanca de la costa. Llegó Mamá con
su clásica copa en la mano y otra para Papi que aceptó. Yo me quedé dormida en
la playa, el resto entró en la casa.
Desperté, soñaba
con la perla, sobretodo porque era salvaje. Grité, grité alto, vinieron
corriendo Papá y mis hermanos. Mamá detrás, haciendo ochos. Al poco tiempo se
divorciaron, vivíamos semana por medio, con cada uno. Cuando era el turno con
mi Madre, daba miedo, parecía más vino que Madre y me hacía mimos, apoyando la
perla sobre mis mejillas, parecía tener vida propia. Propuse a mis hermanos ir
a vivir a la casa de la playa, pretextamos estudiar. Me dio alegría no ver más
la perla salvaje, cerca.
Ramón y Yepo no
se recibieron de nada y vivían en Barcelona. Cuando quedé sola, recibí la
noticia, que Mamá estaba internada, por su alcoholismo, el páncreas no quería
funcionar, Papá pidió que no fuera. Según él, Mamá decía que quería que su
perla, viviera en mis manos. Siempre fue tétrica, mi vieja.
—Papi, por
favor, no me la mandes, me recuerda…me recuerda…algo que me asustó, no olvides
que vivo sola.
Hice proyectos
para no irme al carajo, me levantaba temprano, nadaba hasta quedar exhausta,
dormía siestongas y salía a caminar, otear el horizonte y juntar caracoles,
musgo, líquenes. Una ola imprevista rozó mis pies, revolví la arena y allí
estaba. Juro que miró salvaje, vino sola del mar, la conocí por el agujero
atornillado. Tomé las llaves del jeep y con lo que tenía puesto, llegué a mi depto.
de Buenos Aires. Cerré la puerta y exhalé, abrí la canilla de la bañadera y la
rejilla estaba tapada, eché el limpiacañerías, hizo glo glo y listo. ¡Salió la
perla salvaje! Huí desesperada, subí al
ascensor, apreté el botón de planta baja y en vez de botón estaba la perla, con
toda su salvajitud, para deglutirme.

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