jueves, 4 de abril de 2019

UN PÉTALO



   Faltaban tres meses para su cumpleaños. Marlene Müller, volvió de Alemania, hecha una pordiosera, vivió tres años de mentiras argentinas ingeniosas, que le ofrecieron casa y comida. Era una mujer entretenedora, culta, sagaz, irónica, enredista y simuladora. Hablaba tras idiomas y no se bañaba nunca.
   Los invitadores la metían de prepo en bañaderas espumantes y vestidos prestados, muy cool.
   —Marlene, hoy no tomes mucho alcohol, porque viene el Embajador de Catapultala.
   Ella sonreía amable. Displicente contestaba: —A Uds debo este techo provisorio y a sus protocolos obedezco.
   Con un cheque en blanco, firmado por el Embajador de Catapultala, que la sintió como su nieta, volvió a esta tierra olvidando imperdonables traiciones, recuperó sus tierras, herramientas y una pareja de peones sin hijos.
   —Mis queridos, no quiero sembrar ni cosechar nada, mi mejor rinde es ser feliz, no teman, habrá dinero para Impuestos y sus Salarios. Traje de Holanda, semillas de margaritas y quisiera todas las parcelas, plenas de estas flores. Los festejos tendrán invitados que detesto y uno sólo que me hizo la vida imposible y no me importó y lo quise. Las margaritas son un rito personal.
   Los sembradores pensaron que para ese tiempo, las flores estarían marchitando, pero conociendo a Marlene de pequeña, algún sentido tendría.
   Llegó el día del cumpleaños, de las margaritas que regalaban horizontes de botones amarillos y pétalos blancos iluminados, marchitaron todas. Marlene vestía como una Princesa de cuento y sus manos volaban retocando lugares que había acomodado días anteriores. Toda su cabeza, ocupada en aquel hombre que le hizo la vida imposible y no le importó y lo quiso. Caminó la tierra de flores mustias hasta que encontró una que parecía decir: “¡Aquí estoy! Aquí estoy!” Marlene la tomó del tallo leve, con mano leve y comenzó su amorosa e ingenua tarea. Quitaba los pétalos de uno en uno: —Me quiere mucho, poquito, nada.
   Y daba otra suelta de pétalos: —Me quiere mucho, poquito, nada.
   El último pétalo dijo “Mucho”.
   Llegaban los invitados, ocupando lugares, señalados con sus nombres, cual era de quién. Marlene puso a su lado el hombre imposible, que dijo: “Mucho.” Comenzó la comida a la hora estipulada, la silla de él permanecía vacía. Torta con una sola vela, rodeada de margaritas verdaderas. Brindaron y luego de tres copas, Marlene escuchó los cascos de un caballo.
    Entró como si fuera su casa, con botas embarradas, bombachas de campo gastadas, camisa abierta hasta la cintura, transpirado y sucio, secaba su cara con un pañuelo que fue blanco. La encontró enseguida y sus ojos negros la abarcaron, la abrazaron. No la reconoció el imposible: —¿Vos quién sos?
   Ella no esperaba esa pregunta. —Soy Marlene Müller.-Murmuró- ¿No me conocés y te me pegás así?
   Él le besó la cara. —Ya nos sos Marlene, ahora sos mi Margarita, en ese vestido de burguesa ridícula, te dejé mi sello que es el barro. Una noche ideal para dejar a estos invitados que detesto. Cabalguemos la misma yegua, lleguemos al arroyo y olvídate que alguna vez te dije: “yegua nazi” y te dejé esa cicatriz en la cara, no se nota igual,…

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