viernes, 5 de abril de 2019

INOFENSIVA



   Piola buscó en internet “Bar completo, copas, mujeres, precios acomodados, frente al mar, cama-arena.”
   Tenía 25 años y era casto, estaba repleto de ganas y miedo. Fue al lugar. Un minón le ensartó dos copas y con una cercanía descarada, le chupó el cogote, la boca, las orejas y la nuca. Lo llevó de las solapas a la arena, Piola se le tiró encima, le mordió dos mapamundis, sus manos llegaban hasta la cintura. La mina se le dio vuelta y él siguió el viaje manual, hasta llegar al bulto de la entrepierna, le llamó la atención el bulto, era un chabón la mina.
   Se sintió humillado, primera vez, primera y última, siguió casto, Piola, pero tranquilo.
   Lo contrataron en Australia, Sidney. Era cultural, de la salida del laburo, al pub, saliendo con tres jarras de cerveza puestas. Un compañero lo invitó a su casa. Cena familiar, con la hermana de la mujer de Tuky. Piola se hizo presente, con un postre de chocolate, un detalle. La cuñada de Tuky parecía Caperucita Roja, tenía ojos tiernos como la ternura y se ruborizaba, cada vez que abría la boca, tenía pecas de niña, flequillo de niña y pelo de muñeca, sus manos entrelazadas y sus hombros tímidos, frunciendo la blusita, para que no se le viera el principio de nada, porque no tenía nada. Tuky le dijo en la cocina, que Maggie, era una chica grande y tímida, si quería algún encuentro, la debía invitar con delicadeza y con sol. Ella, de noche no salía, su madre le había inculcado que las chicas buenas, de noche se quedaban en casa.
   —Tenés suerte, Piola, mi suegra crepó el año pasado, te advierto que es virgo, Maggie.
   Para que nadie escuche, Piola le contó que era casto. Tuky lo miró socarrón. —Qué lindo! Encontrarse despojados de recuerdos anteriores.
   Se enamoraron y se casaron, tuvieron dos hijos y vinieron a visitar a la Madre de Piola, que vivía con un Tío loco, llamado Fray Luna. Convencido de su sacerdocio, bautizó a los niños en la pileta de la cocina. Piola, era amigo de mi marido. Se hablaron con afecto y quedamos, (yo estaba incluida en el menú), en visitarnos esa noche. Yo me senté al lado de Maggie, me inspiró ternura y simpatía. Se empeñó en hablar español, mestizado con inglés, llevaba sus manos cruzadas en la falda y no se soltaba nunca. Cuando brindamos, le vi la mano derecha, estaba mareada por el vino, pero comprobé más tarde, que tenía cinco dedos y uno chiquito supernumerario. Entendí por qué cruzaba tanto sus manos, llevar seis dedos, era una historia.
   —Yo sé que me descubriste, ¿sabés qué hice?, me rompí el huesito a propósito y a veces logro ocultarlo, bajo el meñique. Perdoná mi sinceridad, vos no sos una persona buena, me miraste con intensidad diabólica, igual dejemos que ellos charlen, son amigos de años. Nosotras no.
   Me dio miedo. Esa noche tuve pesadillas y algo tan ínfimo como aquel dedito suplementario, no lo pude hablar ni con mi analista.    

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