Por fin me
pusieron a alguien que me ayude, las carpetas me tapaban, hacía horas demás,
porque eran todas de viejitos que no percibían su jubilación. Llegué a hacer
quinientas en un día.
El Jefe de Área
miró mi cara por vez primera:
—Srta Del Prado, está blanca como un papel y
tiene ojeras violetas. Hoy mismo le mando un Asistente.
Era lento como
una tortuga, cada expediente que agarraba venía a consultar alguna tontera y
resolverlo le llevaba hasta la hora de salida. Me hacía perder tiempo, tenía
cuatro mil carpetas de jubilaciones y poco adelantaba si le daba clases
personalizadas al Asistente.
Antes fue peor.
Un día que el Jefe en persona le dio un levante, me invitó a su casa que
quedaba en el campo. —Véngase conmigo, es Ud tan amable que no parece de
ciudad. La invito con unos mates y tortas fritas. Desde que murió mi Sra Madre,
hablo con el perro. Necesito charlar con una persona.
Me contó la
historia de su vida y concluyó bien tarde. Yo esperaba un rancho y me encontré
con una casa bien armada. Tenía una chata oxidada y me dejó en casa. Al día
siguiente le dije: —Mirá, ayer charlamos, hoy o seguimos con los expedientes o
seguimos con los expedientes.
Hizo caso,
laburó bien, hasta detenerse a mirar por la ventana los pajaritos. Fue un gesto
poético, me gustó y lo dejé.
Hoy mi Asistente
llegó tarde y habló de Felicidad: —¿Ud sabe, Srta Del Prado, vio que ayer
estaba triste? Dormí triste y me levanté triste. Por eso llegué tarde. Dicen
que después de lo malo viene lo bueno. Hay una Srta, cuyo nombre es Felicidad,
desde sus quince, me mira pasar, hasta que el humo de la chata y de la tierra,
la hacen perderme. Cuando llegué del
trabajo, en un canasto, una hogaza abierta, que echaba humito y estaba rellena
de queso de campo derretido: “Todo hecho por mí para Ud.” Tanta dedicación
merecía una respuesta: “Srta, lo que hizo, tiene un premio, ¿aceptaría ir a
bailar conmigo al Rancho Grande?” “Delo por hecho, vamos hoy mismo. ¿Es premura
insolente la mía?” La vi tan hermosa, dulce, buena, transparente: “Sí mi niña,
hay que dejarse transcurrir, caminemos lentamente.”
Tomaron por un
atajo y ninguno se lo propuso, pero se dieron un beso de felicidad, similar al
para siempre.
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