Le pegaba sin
motivo, en la cara, para hacer ver que Morita era de él. Dejó la ropa en la
soga y llovió, le pasó la plancha a toda la ropa de su marido, le tomó dos
horas. Dejó su ropa y las de los chicos las escondió en el canasto. Ese día
vino contento cuando vio sus camisas, la invitó a comer afuera.
Morita no tenía
qué ponerse, los chicos tampoco. Él vio el hilo de agua que salía del canasto,
puso cara de pegar. Dos bofetadas, derecho y revés.
—Ponete el piloto
y este pañuelo mío al cuello. Los chicos que vayan como están, supongo que las
zapatillas estarán limpias, los zoquetes pueden ir mojados y ellos peinados con
raya al costado.
Los chicos
temblaban. —Me gusta pegarte, te pintaste para que te miren los tipos, ésta, va
por la pintura. -Y le puso una piña en la boca-.
—Parece botox y
la sangre rouge.
Los chicos
muertos de frío y terror, no miraban. Llegaron tarde, él con vino adentro, era
de lo peor. Estaban en la cama y él quiso, Morita moría de cansancio y lo negó.
Le dio dos trompadas filosas en las costillas, quedó sin respiración.
Ambulancia,
Policía, Abogado, Juez. Preso él.
Morita, a cargo
de los niños iba todos los domingos a llevarle cigarrillos y tarta de manzana,
lo que más le gustaba. Ella pidió el divorcio, ambos firmaron. Morita siguió
yendo los domingos, hasta que terminó de cumplir su condena.
Ella se unió a
uno de los abogados actuantes. Tuvieron dos hijos.
Al año de
obtener la libertad, borracho y de noche, caminaba por un pantano, sin destino.

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