Edna y Vera eran
idénticas, vecinas y amigas. De sus almas, mejor no hablar.
Vera había
perdido a su Padre en una contienda confusa, la culpa fue de la Madre de Edna,
acusada de homicidio culposo con premeditación y alevosía. Le había clavado un
cuchillo en el corazón. Era una mujer inocente. Aceptó salir culpable para que
fuera inocente su hija Edna.
Los cuatro
Padres se reunían los fines de semana. Todo puro jarai ja ja. Eran alegrías
fingidas, Vera se dio cuenta de inmediato por sus miradas permanentes por roces
y sonrisas premeditadas.
Su Madre parecía
ser amante del Padre de Edna. Prefirieron no opinar ninguna de las dos. Ese
tema a ellas no las involucraba. Siguieron yendo al Cine, conocieron lugares
desconocidos que les hicieron saber que Buenos Aires era mucho más que eso.
Había chicos que las seguían. Ellas ni los miraban.
—Mejor olvidar
que existen las parejas, ¿no?
—Psi.
Debajo de una
historia siempre hay otra escondida y otra y a lo mejor otra.
—¿Esta noche me
podés acompañar? Es un tema delicado.
Vera estaba muy
intrigada por ese llamado. Edna dirigía, nunca preguntaba, Vera obedecía. Se
encontraron en un boliche oscuro con olor a viejo, café quemado y en ese
contexto le contó todo: siempre le había gustado el Padre de Vera, lo persiguió
hasta gastarlo. Él le huía y le daba
odio, porque a él también se le notaba.
—Un finde que
vos te fuiste con tu Madre a la costa, me quedaban sábado y domingo para
comerle la boca. Entré sin llamar y él estaba en la cocina, encontró lo que
buscaba, como hacen en las películas fue en la misma cocina. Me dolían las
vértebras, hacerlo con el filo de la mesa en la espalda. Se puso pesado, me dio
con todo. Hasta me ató las manos. Lo hice sin darme cuenta, tomé la cuchilla
grande y se la ensarté en la panza. Le conté a mi Vieja, fue el domingo a la
noche, llegó volando. Sin hablar, quitó la cuchilla y la lavó con mucha
minucia: “Ahora pasale estos trapos a todos los lugares donde hayas dejado tus
huellas.” Me hizo jurar que no diría nada. Ella quiso pasar como asesina. Y yo
la dejé. No sabés cómo me arrepiento por mi cobardía. Decime algo, Vera, por
favor, ¿qué hago?
—Te podés
presentar y decir la verdad. Además, qué hija de puta que sos, mataste a mi
viejo y me lo decís como si hubieras ido a comprar frutillas. Y para que sepas,
yo me cojo a tu viejo, como debe ser, con amor y en silencio.

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