Cuando por fin quedé sola revisé toda la casa. En algún lugar tendría
que estar. Me fijé hasta debajo de las camas, mi abuela me dio algunas pistas.
Señaló un petit mueble con varios cajones.
Me pidió que no leyera un diario que contaba
la historia de esa casa. Cuando algo me era vedado no paraba de buscar lo que
estaba prohibido. Era suficiente para volverme loca y encontrar el libro de
hojas amarillentas. Contaba cosas tristes hasta llegar a la alegría. Relataba
casamientos, asesinatos, celos, que venían del más allá o del más acá. Tal vez
no he leído bien.
Mi abuela tenía letra tipo médico, había que
descifrar las palabras. Hacíamos que nos queríamos, pero en realidad nos
odiábamos. Culpa de mi madre que siempre habló mal de ella y me decía que no le
creyera nada.
Todo eso estaba dentro de un texto
intitulado letra chica.
Ahí descubrí que soy adoptada, lloré mucho,
no sabía nada. Mi abuela se encargó de mí a las cachetadas y con una nana que
se ocupó toda la vida. Nunca supe si mi padre era una mentira y mi madre se
había rajado con otro hombre.
Al librito lo hice ceniza, me hacía mal
hasta su existencia.
Hace un calor de putas y esa cuasi familia
merecía un buen baño para que no quedara ningún residuo de las mentiras
dolorosas.

No hay comentarios:
Publicar un comentario