domingo, 17 de septiembre de 2023

HORNERO

 

   No anduvo más. Cruzaron a campo traviesa buscando la única luz que parecía cerca. El suelo, sin sembrado con mojones húmedos y vizcacheras no previstas. A ninguno de los dos le importó el cuidado de no embarrar ni ensuciar nada. El objetivo era llegar y el silencio pareció acortar el no camino. Ladraron una decena de perros escandalosos y salió un viejito giboso y barbudo, con pelo largo y ojos escondidos. No había galería ni otro preámbulo, la puerta estaba abierta y el fuego invitaba junto con la mano centenaria. Piso de tierra apisonada y paredes de adobe. Tenía forma de hornero, el rancho, el viejo lo quiso así y así fue. Hasta se sintieron pájaros allí dentro.

   Hablaron del auto roto, él agradeció que se rompiera alguno de cuando en vez, eran sus únicas visitas. El resplandor iluminaba el brillo de los ojos escondidos mientras hablaba su vida de animal de la tierra. Ellos se durmieron entre pieles de oveja y el viejito arrullaba sin detenerse su propia historia.

   Abrieron los oídos antes que los ojos, un lejano ruido de motor los hizo salir del nido. Los perros no ladraron, el viejito se esfumó. En silencio se miraron y vieron allá bien lejos, el punto rojo. Era el auto que se tragaba el horizonte.

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