—¿Sabés lo que
dijo el Dr. Dinero? No tenemos que aprender más Medicina, ahora debemos
aprender a venderla.
—¿Y vos?
—Yo nada, no
merecía respuesta.
Tiempo antes
llevé a mis hijas de doce años a realizarles el primer pap. Ambas quedaron
horrorizadas, no hubo lugar de sus cuerpitos, libre de sus manos. A Pilar le
pasó la lengua por sus incipientes mamas. Hice la denuncia correspondiente en
Tribunales, no la tomaron, era un médico prestigioso y un abogaducho acotó que
mis hijas fantasearon. Me pareció tan degenerado como el maldito Dr. Dinero.
Pasaron años de
aquel episodio, las chicas recibieron atención terapéutica. En la actualidad,
las dos estudian Psicología en Buenos Aires. Aquel abogaducho mutó en Fiscal.
Ocurrió un
episodio de violación múltiple a una niña de trece años, que luego fue
arrastrada por una camioneta, marca “que parezca un accidente”.
El Fiscal
Gustavo Morey adujo que se realizó con consentimiento de la víctima. Fue
publicado por todos los medios, locales y del país.
Los habitantes
del lugar soñado concluyeron: “por algo habrá sido”. De genocidas compulsivos,
era de esperar: “la niña era una puta bárbara”.
El nombre de la
víctima se supo de inmediato, los nombres de los victimarios se esfumaron,
encubiertos con la anuencia del Poder Político.
El pueblo olvidó
el episodio en menos de veinticuatro horas. La capacidad de ausentar de la
memoria historias de esta índole es envidiable o nauseabunda.
Y a vos, Gustavo Morey que Dios y La Patria te lo demanden.

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