sábado, 16 de septiembre de 2023

MI CHAPLIN PREFERIDO

 

   Yo, tomé ice cream de chocolate y el café, los dos solos. Mi madre era adicta a la limpieza, al tejido, a la televisión y al teléfono. Nuestras salidas le aburrían soberanamente. Era precisa, de mente soberana. Papá opinaba, entre murmullos cómplices, que mejor ir sin ella, para no disgustarla.

   En algunas ocasiones mutaba en madre sonriente y esposa abnegada. Aceptaba acompañar nuestra salida. Hablaba todo el tiempo, se quejaba todo el tiempo, de nosotros todo el tiempo. Que hacía ruido con los sorbetes de mi amado ice cream, el chocolate era pésimo para mi organismo, estar encorvada era malo para mi columna. Luego venía el turno de mi padre. La indignaba que tomara café con el meñique levantado, de ordinario, decía. La corbata azul marino con cabecitas de bóxer, un bochorno para sí misma y para él, que era un hombre grande.

   Papá la miraba, en realidad miraba la señora sentada tras mi madre y le explicaba, que esa corbata era inglesa, regalo de su tía Ema, que también levantaba el meñique para tomar café, té, vino o champán.

   Si mi madre, molesta, partía sin excusas, ponía cara de herida de nada y decía que la comida estaría lista a las ocho en punto. Pretendía intimidar, con su mano de paloma nerviosa, llamando un taxi y dejando la memoria del horario.

   A mí me ponía contenta que se fuera. Papá recuperaba el oxígeno y proponía cruzar al cine de los dibujos animados. Su pasión más alta. Y la mía. Cuando el entusiasmo superaba el horario de la demente soberana, comíamos unos panchos en el Bar Jaulita.

   Entrando en casa, mi madre hablaba por teléfono, tejía y miraba tele, todo en simultáneo. No percibía nuestra llegada. Nunca nos percibió, gracias a dios, si existe y a la virgen, si fue tan virgen, como decía mi tía Ema, que era atea de nacimiento y odió a mi madre, hasta su muerte.

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