Vi una película,
no quería que se fuese de mi cabeza ni de mis ojos y sentir la butaca que dejé
al salir. Qué golpe bajo el olor de hamburguesa, papas fritas y mugre, con que
te recibe el mundo.
—¿Te gustó la
peli? Después que me invitaste, me arrepentí de no haber ido.
La tía Nela es
así, vive arrepentida de lo que no hizo.
—La tengo en la
cabeza, te la perdiste. ¿No me la ves en la cara? Me dio vergüenza, en el micro
la gente me miraba, pensé que tenía la película en la cara, quise borrarla y no
pude. ¿Nunca te pasó?
Mi sobrina vive
de mirar películas, la entiendo, como una vez me dijo:
—No tengo plata
para viajar. En el cine conocí casi todo el mundo. Nunca se gestaron en mí,
historias de guionistas y directores que me den vuelta la cabeza. Hay actores y
actrices entrañables, me gustaría tomar el té con alguno de ellos y que me
cuenten detalles de sus personajes, como el de los gestos donde aparecen
sentimientos nuevos, o acciones que anuncian lo que no se dice.
Nela suspiró con
dulzura, es diabética, no podría suspirar de otra manera.
—Sobrina, te
invito a la plaza, a mirar caras, ver formas de caminar, las distintas edades,
el olor de una librería vacía. Escuchar palabras perdidas que te pintan un
mundo estridente, lleno de secretos.
Mirá la tía
Nela, fue como un regalo que nunca imaginé de ella. Tengo la esperanza que
tomando un té, con alguno, me cuente historias de su vida. Es pródiga la tía
Nela, será por eso que siempre se arrepiente de no salir a ningún lado. Dice:
—Hice de todo,
hasta fui Jueza. ¡Cuánta ingenuidad! Éste es un país de yeso. No me cabe más
nada, no hay más butacas, ni espacio, ni entradas.

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