Mis cuentos no
tienen la dignidad de los autores que resuelven la situación x, sin decir. Es
un desafío, las palabras atropellan mi birome y salen en dulce montón, trato de
rescatar el nudo pero las palabras ya están ahí, barroquizando aquello menudo
que quise y no pude. Voy a sacar esta música, tal vez las notas se mezclan con
mi inconsciente. El resultado fatal es no encontrar el pentagrama del cuento.
Sigo
escribiendo, hay palabras que la birome no me permite. Debo ir a defensa del
consumidor. Ellos no pueden hacer nada, soy derivado a las oficinas de
Internet. No está en sus manos, hay un millón de hackers suprimiendo palabras
que afectan al gobierno. Explico que escribo a mano, en cuadernos rayados, no
pueden suprimir esa libertad ni la de la birome. Hay instalados ojos térmicos
en los escritorios de escritores.
El que me
atendió dijo, que pase el siguiente. Miro una puerta que dice “Director de
Malos Entendidos” golpeo, me presento, preguntan mi nombre completo, dirección,
número de teléfono, documentos. Con estruendo salen de la impresora sesenta
multas por el uso tendencioso en mis relatos. Debo al estado ochenta mil pesos.
Se paga cash o se embargan bienes personales. Sale un patovica que me sostiene
del brazo, encuentra mi casa y me arroja en el zaguán. No hice cuentas, sería
en vano, ni pidiendo a mi abuela alcanza para cancelar las deudas.
Riiing,
teléfono: una voz, de memoria, propone que si me avengo a trasladar dos valijas
a Salta, dejarían sin efecto el castigo, se hizo un espacio y la voz de memoria
pregunta ¿Sí o No? Contesto No. Camino por la calle con cuaderno y birome. Pasa
un auto y destinan tres balas a mi estómago. Hay peatones que van y vienen,
pido auxilio sin poder emitir sonido, la gente sigue su camino. Todos evitan pisar mi charco rojo.

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