sábado, 23 de septiembre de 2023

NOS PROYECTA

 

   Eran doce hermanas de la menor a la mayor nacían cada vez más agraciadas. No se podía controlar a tantas niñas y jóvenes.

   Su madre quedó tan extenuada con las crianzas, pensó que una buena compensación era dormir en una playa lisa y olvidada semejante a su rol materno. Una noche entreabrió sus ojos y un mosquito le picó la nariz. Sintió su sombra, era tan sensible como capaz de encontrar un piojo en los cabellos de cualquiera de sus hijas.

   Un día se produjo el milagro de una especie de fantasma durmiendo a su lado. Durante el amanecer pudo ver la sombra de un hombre con capa y sombrero de tres picos. Aquel caballero se acostó en sus ojos tan azules, a ella le sorprendió aquel color. Se desconoce qué pasó con ambos.

   La mujer era viuda y sus hijas se manejaban con toda libertad, sin la presencia de su madre. Parece que el caballero caballeroso le compró un castillo a la ahora su amada. Su generosidad era tan amplia que adquirió seis castillos más, dos para cada hijastra.

   Todas las chicas advertían sombras diferentes y amenazantes. Decidieron vivir en la playa con cuatro sendas carpas recién compradas. Parecía una aldea. Las carpas distribuidas como se les dio en ganas.

   En el tiempo cada una de ellas encontró sus propias sombras. No había tanto misterio, que todas tuvieron novios, amantes y hasta maridos.

   De noche era un coro de gemidos. Algunas veces cambiaban de parejas, era inevitable. Para eso están las carpas y las sombras.

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