viernes, 2 de junio de 2017

AURIGA, FUSTIGUE


   Hacía mi caminata medicinal. Me morí de frío, salí escasa de ropa. Llegó el invierno sin avisar. No podía correr para quitarme el frío, no era medicinal.
   —Tenés unos problemitas en el corazón, hay turno para tu cirugía recién dentro de cuatro meses. Habrá que cuidar tu dieta, tomar oxígeno… Lo vamos a hacer y saldremos invictos.
   —No sé por qué habla en plural, si a la que van a operar es a mi sola ¿O a Ud lo operan de lo mismo? Dr, esto no es un partido de fútbol, lo de “invicto” me sonó a deporte. Tiene que mantenerme viva ¡Ja! Desde que nací estoy enferma y sigo igual. ¿Para qué hacer gastar a mi flia, tanto dinero, si no hay garantía de nada?
   Por un lado, quiero vivir y por otro, quiero morir. Hablo mucho con Dios, él no contesta, pero yo le hablo igual.
   —Dios, no sé por qué lo trato de Ud, tantos años juntos deberíamos tutearnos. Yo no estoy segura si existís, si laburás o te tirás a chanta. Es tan privada tu vida, que nadie sabe nada. Quería agradecerte mi notable mejoría. Al Dr le dije que me salvé gracias a vos. La bronca y la envidia, lo partía, en especial cuando le arrojé las pastillas inútiles en su cara.
   Sucedió algo extraño, el Dr hacía las caminatas conmigo. Salíamos aunque lloviera. Dejé de charlar con Dios, justo cuando el Dr me regaló el mejor medicamento, un beso en la boca y alguna promesa sin pastillas. 
                                                           

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