Hacía mi
caminata medicinal. Me morí de frío, salí escasa de ropa. Llegó el invierno sin
avisar. No podía correr para quitarme el frío, no era medicinal.
—Tenés unos
problemitas en el corazón, hay turno para tu cirugía recién dentro de cuatro
meses. Habrá que cuidar tu dieta, tomar oxígeno… Lo vamos a hacer y saldremos
invictos.
—No sé por qué
habla en plural, si a la que van a operar es a mi sola ¿O a Ud lo operan de lo
mismo? Dr, esto no es un partido de fútbol, lo de “invicto” me sonó a deporte.
Tiene que mantenerme viva ¡Ja! Desde que nací estoy enferma y sigo igual. ¿Para
qué hacer gastar a mi flia, tanto dinero, si no hay garantía de nada?
Por un lado,
quiero vivir y por otro, quiero morir. Hablo mucho con Dios, él no contesta,
pero yo le hablo igual.
—Dios, no sé por
qué lo trato de Ud, tantos años juntos deberíamos tutearnos. Yo no estoy segura
si existís, si laburás o te tirás a chanta. Es tan privada tu vida, que nadie
sabe nada. Quería agradecerte mi notable mejoría. Al Dr le dije que me salvé gracias
a vos. La bronca y la envidia, lo partía, en especial cuando le arrojé las
pastillas inútiles en su cara.
Sucedió algo
extraño, el Dr hacía las caminatas conmigo. Salíamos aunque lloviera. Dejé de
charlar con Dios, justo cuando el Dr me regaló el mejor medicamento, un beso en
la boca y alguna promesa sin pastillas. 
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