viernes, 9 de junio de 2017

DÍA LIBRE


   —¡Mamá te dejo los chicos! Vuelvo tarde.
   La madre no contestó, desde chica fue de no esperar respuesta.
   Bajaron los chicos a desayunar —¡Abuela! Qué bueno que viniste, vos no hagas nada, sentate al solcito, ahora te preparamos algo.
   Cata se tomó todo el día por cuenta propia. Hacía veinte años que no salía sola. Estaba feliz, desayunó en Puerto Madero, recorrió San Telmo, compró un vestido de los años 30 color malva.
   —¿Te parece que no se va a descomponer la Abuela?
   —Es al revés, se va a componer una sinfonía propia y cantará para sí. Dejá que yo le alcanzo la copa.
   No esperó respuesta y saltó por la ventana, hasta sentarse al borde de la hamaca. —Tomá Abu, lleva el nombre de tu flor predilecta.
   Tomó como un pajarito, se puso demandante. 
—Tráiganme otra margarita, dos si es posible.
   Prepararon una jarra, mientras uno cantaba “Ya no sos mi Margarita, ahora te llaman Margot…”
   Al atardecer la madre entró a un toilette lujoso, donde cambió su ropa y se miró al espejo. Una peluca flecos negros le hacía carré, sintió frío. La mujer del espejo era bellísima.
   Reservó un lugar privado para comer y la tarjeta para pasar al lugar donde se tomaban copas, bailaban y demás. Le pareció fino comer poco y se quedó con hambre. Apretó un botón y un salón de gente apretada y música ensordecedora, la dejó sentada en una banqueta giratoria. Vino el barman a la barra, elogió su vintage treinta —No me digas nada, te preparo un trago y después hablamos.
      Ella tomó con un dejo nervioso que sólo detuvo cuando el barman dijo —Se llama Margarita.
   Ella lo miró como a un sirviente —Antes de irte déjame cinco copas saboreando margaritas desnudas.
   La Abuela roncaba suave, rodeada de copas vacías, acostadas en el césped. Cuando observaron que dormía, la llevaron entre ambos a su dormitorio. Descubrieron una foto en la repisa, el retrato del Abuelo, junto a un florero con margaritas frescas.
   Casi al mediodía siguiente apareció la Madre, saludó a cada hijo a los tropezones y hablando arrastrado. Subió por sus propios medios. De la cabeza le caían margaritas, siguió hasta la pieza de la Abuela. Durmieron las dos abrazadas, rodeadas de margaritas.
                        

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