La última carta
que recibí de Witold, decía “Por favor, no me escribas más”. Quedé absorto,
hacía dos semanas que había vuelto a Polonia y ahora esta extraña misiva.
Él vivió toda su
carrera en Argentina, vivíamos juntos, Witold estudiaba castellano, lunfardo
argentino y pronunciación de nuestra tierra, según provincias. Yo arañaba Letras,
me gustaba leer suelto de manos. La Facultad condicionaba. —Vos flaco, no
entendés, si aprender bajo ciertas normas te asegura obtener el título, después
trabajás de payaso.
Para Witold era
un gran chiste, no paraba de reírse, le parecía gracioso. Yo, ni media sonrisa.
Me acostumbré a su histrionismo y le acompañaba la risa. Él se adaptó a mi
cinismo leyendo filósofos cinisistas. Tenía la cabeza abierta y hacía circular
sus ideas. Tan culto que asco daba.
Cuando nos
despedimos me invitó a Polonia y nos dimos tantos besos, que según Witold
—Vamos
a detenernos aquí, porque parecemos dos putitos.
Nunca hablamos
de Política, considerábamos que era un acto alpedístico. La tercera misiva me
plasmó “Yo te aviso” ¿Qué me tiene que avisar? ¿Qué puede haber pasado? ¿Cuándo
me “avisa”?
Hay algo, que no
sé, Witold me pone nervioso.
Me mandé a
Polonia, aparecí en una casita de juguete, un lugar de nadie. Tenía veinte
alumnos de Castellano.
—¿Qué pasó,
Witold?, fue un rompecabezas dramático.
—Pensé que era
el único modo en que vendrías, esperá que te traigo mi mejor alumno, ¿a ver
Patrick? ¿Cómo se saluda un argentino?
—Hola cagón
boludo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario