Mi hermana es
alta flaca rubia y de ojos celestes, yo soy petiso gordo negro mota con ojos
marrones.
A ella le
perdonan todo, los dos maridos abominables que tuvo, uno tras otro. —Mirá lo
que es el pelo de esta criatura, parece una princesa, no merecía esos dos, que
sólo le hicieron putadas.
Hablaba mi Tía Eduviges,
que la quería porque era linda, como todos. A mí siempre me resultó incómoda,
ese andar furtivo, contarle a mi viejo que entré una chica al dormitorio.
—Es una casa
decente ¿Cómo se lo permitís, Papi?
No hacía un solo
gesto para hablar, tenía un rictus hacia abajo, le daba fuerza a su cara de
ñoqui.
Me pidió la casa
prestada, dos días. Cuando llegué encontré la vajilla, botellas y demás enseres
etílicos y gastronómicos, en mi bañera. La tierra del jardín roturada, faltaban
mis relojes y los dólares que ahorro desde la adolescencia. Le plantó
junquillos y margaritas para disimular.
—Papá! Tu
princesa necesita un diván urgente, me robó con su novio dealer, no la denuncio
porque es mi hermana, pero los relojes y dólares los quiero en mano hoy. Y enterate,
tu hijita fuma porro, Ja!
Pasé por la
puerta de su cuarto y salió como loca, me hizo una llave de asfixia, tan
perfecta que ahora estoy en el Hospital, con mi hermana, sentada al lado de mi
cama. Será la encargada de cuidarme toda la noche. Mi mujer se despide tras
vidrio, la miro partir en nebulosa de viuda.
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