Una noche en la
Embajada, donde debía ser la Esposa del Embajador, diseñó un vestido negro de
ciertopelo elastizado, hasta no llegar a 90 60 90, siguió costurando para que
la adherencia y el ajuste la dejaran sólo con respiración clavicular. En la Peluquería
pidió que hicieran algo con sus cuatro pelos. Las empleadas derrotadas por lo
imposible optaron por una peluca rubio-plata, pegada con velcro permanente. —Llegaste
querida?, terminaron los preparativos, a ver mostrame, parecés una, una, una princesa.
La instruyó en
el Protocolo, debía decir sí, no, inclinar la cabeza a modo de saludo y
sonreír, no carcajadas de altos decibeles. No debían estar pegados todo el
tiempo, ella era de piel pringosa y podría manchar su traje.
Se presentaron
como en el Siglo XV, meta inclinarse para saludar —Aquí tenemos al Dr y la Dra Afañolé.
Y pasaban a la
pareja siguiente. Ella se sintió muy cómoda, las mujeres eran gordas, petisas,
fratachadas y los atuendos se caracterizaban por un mal gusto sin retorno.
Pasaban las
bandejas tentadoras de copas de champagne.
Estaba cansada
de las fiestas de pie. Cada bandeja que pasaba ella dejaba una vacía y tomaba
otra más. La rodearon embajadores de otras tierras, babosos. —Qué bella es Ud.
—Qué figura.
—Qué
distinguida.
Y mientras la
rodeaban, hablaban en secreto de Qué tetas, Qué culo. Ella comenzó a reír in
crescendo, llegó a la carcajada, que dejó a los asistentes paralizados. El
marido estaba a media cuadra de la carcajada, o ella, daba igual. La llevó de
prepo al vestidor, ella se puso el tapado de visón de alguien, hacía mucho
frío. Salieron por la puerta de servicio y un auto de los Servicios, los
devolvió al country.
Ni bien entraron
a la casa, ella dijo con voz felina —¿Vamos a aburrirnos con alguna película
sin Embajada?

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