viernes, 23 de junio de 2017

LO PAGAMO NOSOTRO


   Una noche en la Embajada, donde debía ser la Esposa del Embajador, diseñó un vestido negro de ciertopelo elastizado, hasta no llegar a 90 60 90, siguió costurando para que la adherencia y el ajuste la dejaran sólo con respiración clavicular. En la Peluquería pidió que hicieran algo con sus cuatro pelos. Las empleadas derrotadas por lo imposible optaron por una peluca rubio-plata, pegada con velcro permanente. —Llegaste querida?, terminaron los preparativos, a ver mostrame, parecés una, una, una princesa.
   La instruyó en el Protocolo, debía decir sí, no, inclinar la cabeza a modo de saludo y sonreír, no carcajadas de altos decibeles. No debían estar pegados todo el tiempo, ella era de piel pringosa y podría manchar su traje.
   Se presentaron como en el Siglo XV, meta inclinarse para saludar  —Aquí tenemos al Dr y la Dra Afañolé.
   Y pasaban a la pareja siguiente. Ella se sintió muy cómoda, las mujeres eran gordas, petisas, fratachadas y los atuendos se caracterizaban por un mal gusto sin retorno.
   Pasaban las bandejas tentadoras de copas de champagne.
   Estaba cansada de las fiestas de pie. Cada bandeja que pasaba ella dejaba una vacía y tomaba otra más. La rodearon embajadores de otras tierras, babosos. —Qué bella es Ud.
   —Qué figura.
   —Qué distinguida.
   Y mientras la rodeaban, hablaban en secreto de Qué tetas, Qué culo. Ella comenzó a reír in crescendo, llegó a la carcajada, que dejó a los asistentes paralizados. El marido estaba a media cuadra de la carcajada, o ella, daba igual. La llevó de prepo al vestidor, ella se puso el tapado de visón de alguien, hacía mucho frío. Salieron por la puerta de servicio y un auto de los Servicios, los devolvió al country.
   Ni bien entraron a la casa, ella dijo con voz felina —¿Vamos a aburrirnos con alguna película sin Embajada? 

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