Quedaba un sólo
carro, lo tomé distraída, una Señoritinga puso sus garras y lo arrebató, dijo
gracias y entró al supermercado “Cagarca”
(A veces parece que hicieran un casting de nombres). Pasó un Señor con atuendo campocaro, las puertas fallaron y cerraron con el Señor al medio. Cuando lograron abrir iba a entrar por fin y el Señor campero se me cae encima. Logré salir gracias a Julia, una amiga generosa que me cedió su carro.
(A veces parece que hicieran un casting de nombres). Pasó un Señor con atuendo campocaro, las puertas fallaron y cerraron con el Señor al medio. Cuando lograron abrir iba a entrar por fin y el Señor campero se me cae encima. Logré salir gracias a Julia, una amiga generosa que me cedió su carro.
Me detengo en
una góndola y tres niños que parecían no pertenecer a nadie, llenaron mi carro
de tantas cosas que un repositor ayudó a volver a su sitio los productos.
Me acerqué a los
niños —Fuera de aquí, molestan a todo el mundo.
Ahí sí apareció
la madre —¡¿Cómo les va a gritar así a mis hijos?!
La miré con ojos
de preciofideos —Si no te gusta, hacete cargo.
Tropecé con la
que me robó el carro y dijo
—A vos te conozco de algún lado ¿No?
—A vos te conozco de algún lado ¿No?
—No.
Seguí con mis
compras, todo marca Pirulo, no existía otra.
Suprimí
elementos de mi lista, costaban el doble que antes de ayer. Hice la cola
interminable, había sólo tres cajeros, una vieja delante de mí pisaba mis pies,
sin intención, claro. Atrás un pendejo me apoyaba el carro en el trasero —¿Vos
lo hacés a propósito?
—Lo que pasa es
que me empujan.
Por fin me llegó
el turno, no le veía las manos a la chica de la caja, pasaba los objetos por el
marcador, los embolsaba, cobraba, limpiaba el piso, no tenía cambio. La gente pura
tarjeta.
Salí mareada,
además faltaba el aire. El chico que estaba tras de mí pidió las bolsas para
ayudarme, abro el baúl y lo veo subir a una moto con mis bolsas.
Cerré el baúl
con odio y ni bien llegué me puse el piyama. Iba a empezar a escribir, algo me
detuvo, qué historia empezaría. Pensé, mientras un mosquito trataba pero no
podía, los chicos y chicas que trabajan doce horas por día, caminando de una
punta a la otra, o sentados sin detenerse nunca.
El dueño no les
aumenta, no pueden pedir porque los echan. Mientras muerdo la punta de mi
birome, ellos están laburando, laburando, los mejores años, doce horas por día.
Ché ¿No hay
nadie que pueda hacer algo? 
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