—Vamos a
realizar un estudio sobre su hombro izquierdo, esa protuberancia no me gusta
nada.
—Se lo muestro,
sino se va a sorprender. Dr, me quito la camisa, lo mío no es siquiera
operable, sería un implante lejano. La protuberancia del hombro es mi miembro
viril doblado.
Al médico le dio
vértigo, hizo de tripas corazón y por piedad lo revisó. Cuando lo desdobló cayó
hasta la mano del paciente.
—Soy deforme Dr,
no me sirve para nada.
—¿Y para orinar?
¿Y para hacer el amor? ¿Y para que no le duela el doblez? –Y seguía-.
—Más que Dr
parece Juan el Preguntón, respondo sus inquietudes, no doy más ¿Cuál es la
solución? Piense Dr, las minas que he podido conseguir cuando lo ven huyen
despavoridas al grito de “Un monstruo! Un monstruo!” Para orinar, si llego a
desdoblar todo, mojo la mitad izquierda de la ropa. Volver a enrollar ¡Cómo duele!,
ya le conté ¿Y?
—Mire, de
trasplantes ni hablar, no hay instrumentos de altísima complejitud y no son
seguros los resultados. Yo tengo una paciente ciega, bellísima, de una
sensibilidad exquisita, sin uso, virgen como Santa María y su bondad no conoce
fronteras.
Concertó una
cita para ambos. —Mucho gusto, Pablo, mi nombre es María, dice el Dr que lo
tuyo es inminente, vamos a casa.
Pasó la noche
con María que dejó su manchita roja en la sábana.
La Virgen ya era
pasado. Él se sintió valorado en todas sus dimensiones, creció su autoestima
cuando ella lo elogiaba entre sonidos placenteros.
Ocurrió algo
parecido a un milagro, despertaron juntos, Pablo miraba los ojos ciegos de María. Ella también le
miraba los ojos. Y era ciega y era buena.
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