Paró un
patrullero, bajaron dos militares de rango, porque tenían insignias colgando —¡Qué
hacen Uds aquí! Según la disposición nro 1654860, no debe permanecer la gente
en la vereda y mucho menos haciendo fila. Así que moviendo, se dispersan o
emplearemos la fuerza bruta.
El primer
valiente —General, la calle es pública, esperamos que nos paguen ¿Por qué no
podemos cobrar?
Le siguió otro —Una
de dos, o demolemos el banco o deshacemos el patrulla, con sus conductores y a
Uds los hacemos paté de milico.
Los tipos
subieron al auto y se fueron a velocidad policial. El gordo Zabala, que los
conocía a todos, dijo que eran una banda de chorros disfrazados. Estuvimos de
acuerdo. Los viejos hablaban de sus enfermedades, que iban del hígado al
corazón y luego todo un tema, el riñón donado que vencía.
Un niño se
revolcaba en las baldosas, dejaba el chupetín en la vereda, un perro le pasó la
lengua. El niño acarició el perro y compartió su chupetín.
La madre,
recostada contra la pared, con un bebé recién nacido, con hambre. Abría la boca
redonda y tensa. Ella peló una teta y la boca, más grande que la carita sopapeó
sin largar. —Pichona, cambiá de pecho, te dormiste.
La Madre
despertó y pasó el bebé al otro lado. Los hombres, con respeto, no miraban.
Volvieron los verdes, azulitos, amarillos y el agregado de último momento,
recolectores.
Llenaron dos
micros de traslado e hicieron subir a los de la cola, la chica del bebé fue
enjaretada de prepo, gritaba que tenía otro hijo en la vereda.
Fue llevada para
averiguación de antecedentes, acusada de desacato a la autoridad. Hicimos
barreras humanas en ambos micros. Los hacinados salían como palomas asustadas. De
pronto una manifestación de las pesadas, dieron vuelta los micros y los incendiaron.
No entré a cobrar, mi capacidad de asombro colapsó, por cuatro chauchas que me
pagan, mejor me voy.
Afuera era una guerra, con humos, brasas,
autos dados vuelta, semáforos quebrados. Sí, estoy plenamente seguro que me
quiero ir,
¿Pero cómo?

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