Torie debe ser
antiarco. No emboca una ni que se la den servida. En el último partido lo
echaron. Arrojó la camiseta, el pantalón, las zapatillas y medias, sus hinchas
se abalanzaban sobre la ropa. Torie salió en bolas al centro de la cancha, ostentó
su musculatura y gritó —¡¡Putos!!
Dio media vuelta
y se fue.
EEUU lo compró
por monedas. Lo acompañó su entrenador personal, un deplorable entrenador, pero
buena persona. Eso era lo interesante de Torie, elegía su entorno por la
bondad, no por las estrellas. Recibió una copita de aluminio, con su nombre mal
escrito “Campeón de Perdedores”.
Su hinchada
incondicional cantaba “¡¡Que ganen los perdedores!!”
Trump, que
siempre agarra para el lado más bestia de la vida, le pegó una trompada y lo
insultó. Fue declarado visita ingrata. Trump en persona lo metió en un avión
oxidado. En el Aeropuerto estaba Pitina, su novia —Qué suerte que te echaron de
todos lados, podemos casarnos.
Torie no
recordaba a Pitina, le pidió —Dejámelo pensar unos días, ¿Cómo te llamás?
¿Pitita?, nos comunicamos por celu, esperá que llame yo.
A Torie le pasó
la ola por encima y volvió a pensar (él no era muy de pensar). Este es un
paisito de mentira, te dan ganas de perder, yo perdía a propósito, nadie se dio
cuenta, porque aquí nadie se da cuenta de nada. Los tupper son herméticos. Soy
winner por decisión propia. Parto esta noche, Llamo a Pitina, para pitunear un
rato, antes de irme. 
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