—En la calle me
costaba encontrar, aquí hay para tirar para arriba, no me despedí de Uds por
sentirme en deuda, por no contarles.
Nos mostró el
convento, había olor a jazmines en los patios y en el interior el incienso daba
paz. Adela eligió una vida recoleta, pertenece a las Carmelitas Descalzas. De
niña odiaba cualquier calzado. Andar descalza, con el tiempo, produce suelas
naturales. Pilar quería saber aquello que no les contó. —Las hermanas que viven
aquí, parecen geishas sutiles, hay de dieciséis para arriba. Todas trabajamos,
rezamos y por las noches dormimos de a dos. Yo encontré una bombita de crema,
con la cual me divierto toda la noche. ¡Che! No me pongan esas caras, no me
expresé tenía vergüenza, pero ahora lo
puedo decir, soy gay, desde antes de conocerlas. Les convido licor de las
hermanas porque es el único alcohol permitido.
Todas aceptamos,
era francamente inmundo —Y la Hermana Superiora qué tal?
—Piola la vieja,
le hicieron una operación cruenta, suturaron todos los agujeros del cuerpo, le
hicieron botox de silencio. No habló nunca más. Dormía con una Novicia, como la
vieja estaba toda cerrada, jugaban a castigarse con fustas de puntas de
anzuelos. Vengan que les muestro el dormitorio de la Superiora.
La habitación
forrada de espejos, cama de dos plazas y media, una pantalla enorme, junto a la
colección de pelis porno.
Como todas la
miramos con asquito, se sintió juzgada.
—Peor los
Seminarios, donde los curas realizan prácticas inenarrables. Salen en todos los
medios y cuando alguien señala el abuso, al cura lo entrevista Mirtha Legrand. Bueno
chicas, mi tiempo de visitas termina aquí. Quiero decirles algo, tener un sexo
es divertido, tener dos es un regalo de Dios. Chicas, no desaprovechen los
regalos.

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