martes, 23 de abril de 2019

SEMANA CHANTA



   Desde el atardecer se escucharon tambores de latón, de barril, pensé que era mi vecino del fondo, que tiene una batería, pero mi vecino viajó y los parches no suenan igual. Seguí leyendo un libro de teoría y técnica del cuento, haciendo caso omiso de esos sonidos agresivos, mientras trataba de devanar el texto.
   Puse un adagio que amo, para neutralizar los tambores. Fue peor, se sumaron poder entender el texto, estar ahí para suprimir los tambores, sentí que había una manifestación en la Escuela, el adagio más un acolchado que tenía encima,  no alcanzaba.
   —¡Saulo! ¿Escuchás el ruido?
   Él es tranquilo, nació sedado.
   —Sí, naturalmente, Semana Santa no se caracteriza por rezos devotos, hace tiempo que parece un festejo histriónico.
   Tenía razón. —¿Me podés decir cuánto tiempo hace que estoy leyendo?
   Contestó irónico: —Cuatro horas, debés saberlo todo.
   Era la una y media de la noche y los golpes seguían reiterados, sin armonía, parecía el infierno hecho sonidos. Escuché el sigilo de Saulo sobre mi hombro.
   —Esa lectura es sencilla, respeto tu negación, pero me voy a dormir.
   Las cuatro y media de la noche, tenía algodón en los oídos y cinta de embalar. Llamé a la Policía a las cinco, mi juventud setentista en La Plata, odió recurrir a ellos, nunca lo hice. Dijeron que no sabían nada. Expliqué: —Provienen de la zona del Calvario, o del Anfiteatro, o no sé dónde. Les pagamos para que cumplan con su deber.
   Me pidieron el nombre, mi dirección, el número de teléfono. Hasta aquí llegué: —Mirá loca, si es tanto rulo, seguí comiendo pizza.
   De una, salí de casa, en pijama y pantuflas. Fui hasta la plaza. Ahí no era, me detuve y el sonido provenía de otra manzana. Hice diez manzanas y seguí hasta el Houssay, los sonidos mataban, no sabía de dónde carajo venían o iban.
   Volví a casa, di tres pitadas del propio y a las seis se detuvo.
   —Saulo.
   Y nada, lo sacudí. —Saulo, no están más, pararon.
    Dijo: —Siempre hay paros, no te preocupes vení, dejá ese libro de mierda.
   Por la mañana fui al Super y pregunté, nadie había escuchado nada. Pasé a tomar un café, allí tampoco escucharon. Toqué timbre en casi todos los vecinos. No, tampoco escucharon.
   Llegué a casa, Saulo dormía y roncaba como el mejor, tenía la boca abierta y tres mosquitos en la lengua, lo zamarreé. —Nadie escuchó nada, pregunté y nadie, pero vos me dijiste que sí ¿o no?
   Me escupió los tres mosquitos en la cara.
   —Te dije que sí para que me dejaras de joder.

   Son todos sordos, yo sí los escuché. ¡Hipócritas!

1 comentario:

  1. Fabuloso tus cuento Patri ... tu cafetero del tinto y blanco de la mañana.


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