─¿Entraremos en el arca de Noé?, hace
cuarenta y cinco días que llueve gordo, pesado y tupido.
─Vos cuando decís gordo y pesado, ¿lo decís
por mí?
─A mí me parece que pasar cuarenta y cinco
días en mi casa, hasta que pare de llover, te digo que sí, sos un gordo pesado
y andá a dormir al galpón del fondo.
─No tengo problema.
Él no se hacía problema por nada, mi Madre
también dormía en el galpón. Hablan de:
─¿Vos viste esa película?, no me acuerdo
cómo se llama ni quién trabajó.
─¡Cómo no te vas a acordar!, trabaja esta
mujer que no recuerdo su nombre, pero sí me acuerdo que la vi.
─¿Te parece que entraremos en el arca de
Noé?
─En un espejo de agua nosotros tenemos un
pequeño barco anclado ─dijo mi Madre ─tiene dos pisos, en el primero podemos
dormir nosotros.
─Yo me encargo del timón, de las velas de
seda te encargás vos.
Zarparon a la madrugada, llevaron
provisiones para cuarenta y cinco días.
─¿Vos dudabas si íbamos a entrar?, y mirá!,
somos los únicos que navegamos.
Cuando se terminaron las provisiones, se
sintieron desesperanzados. Los dos se acordaron que había que reproducirse.
Tuvieron sextillizos. Uno de los hijos subió al carajo con un largavistas, se llamaba
Ícaro. Y cayó del carajo al mar, como en el cuadro de Bruegel. Mi Padre lo
siguió en un gomón, había salvado a Ícaro, llevaba un megáfono y gritaba:
─Quiero conocer al resto de mis hijos.
─Lamento comunicarte que no son tuyos.
─¿Y quién es el Padre?
─El otro día alguien dijo: “¡Hombre al agua!”
me parece que ese debió ser el Padre.

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