viernes, 24 de septiembre de 2021

ÍCARO

 

   ─¿Entraremos en el arca de Noé?, hace cuarenta y cinco días que llueve gordo, pesado y tupido.

   ─Vos cuando decís gordo y pesado, ¿lo decís por mí?

   ─A mí me parece que pasar cuarenta y cinco días en mi casa, hasta que pare de llover, te digo que sí, sos un gordo pesado y andá a dormir al galpón del fondo.

   ─No tengo problema.

   Él no se hacía problema por nada, mi Madre también dormía en el galpón. Hablan de:

   ─¿Vos viste esa película?, no me acuerdo cómo se llama ni quién trabajó.

   ─¡Cómo no te vas a acordar!, trabaja esta mujer que no recuerdo su nombre, pero sí me acuerdo que la vi.

   ─¿Te parece que entraremos en el arca de Noé?

   ─En un espejo de agua nosotros tenemos un pequeño barco anclado ─dijo mi Madre ─tiene dos pisos, en el primero podemos dormir nosotros.

   ─Yo me encargo del timón, de las velas de seda te encargás vos.

   Zarparon a la madrugada, llevaron provisiones para cuarenta y cinco días.

   ─¿Vos dudabas si íbamos a entrar?, y mirá!, somos los únicos que navegamos.

   Cuando se terminaron las provisiones, se sintieron desesperanzados. Los dos se acordaron que había que reproducirse. Tuvieron sextillizos. Uno de los hijos subió al carajo con un largavistas, se llamaba Ícaro. Y cayó del carajo al mar, como en el cuadro de Bruegel. Mi Padre lo siguió en un gomón, había salvado a Ícaro, llevaba un megáfono y gritaba:

   ─Quiero conocer al resto de mis hijos.

   ─Lamento comunicarte que no son tuyos.

   ─¿Y quién es el Padre?

   ─El otro día alguien dijo: “¡Hombre al agua!” me parece que ese debió ser el Padre.

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