─Mamama, ¿me dejás revisar los placares?,
porque me aburro. Hurguetear entretiene y a veces da miedo.
Tenía una Virgencita pegada en el primer
cajón del ropero. Allí guardaba sus enormes calzones y corpiños con ballenitas.
Es la mujer que me crió, por eso le decía Mamama.
Mis Padres no estaban nunca. Pegué dos fotos
de mis Padres, para no olvidar cómo eran. Mamama me explicó que él era alto y
apuesto y ella hermosa. Los dos tenían ojos insolentes. Cuando llegaban a la
casa se besaban, le daban un beso a Mamama y a mí una palmada en la cabeza, con
el consabido: “andá a estudiar!”
─¿No me trajeron juguetes de regalo?
─Si tenés un montón, para qué querés más.
─Vos sos mi Mamá tuviste una depresión pos parto que se extendió
diez años. Cuando me quisiste recuperar, fue tarde.
Mamama dijo entre dientes:
─Tu Mamá es una zorra.
Y debió ser cierto. En una caja de
maquillajes y papeles había diamantes y dólares. Ya estaba dudando de la parición
de mi Madre. Había un papel que decía: “a los siete años le dejo la crianza de
mi hija a usted, Mamama, una mujer tan prudente, tan generosa que se acostó con
mi Marido y quedó embarazada. Fue una noche de capas elegantes que pertenecían
a lo más alto de la sociedad. Entre tantos bagallos disfrazados, Mamama era
observada por todos, no necesitaba ningún maquillaje para ser tan bella como
era”.
Yo me parecía más a ella que a la impostora
de mi Madre. A Mamama de mi corazón, le
dije:
─¿Y si nos quedamos a vivir para siempre
aquí.
─Es una buena idea, pero tus Padres se van a
oponer.
─Pero, Mamama, tienen casas en cualquier
lugar del mundo, yo pude ver los papeles. Hacían un viaje aquí en este lugar,
lleno de secretos, vienen una vez por año.
Cuando se toman una foto, a mí me dejan
aparte. No querían que se viera el parecido extraño con Mamama.
─Pero nos vamos a quedar solas.
─No, Niña buena, voy a traer dos de mis
Sobrinos, que tienen tu misma edad. Y cuatro de mi hermana, que son más grandes
que vos. Cuando pasen algunos años, te vas a casar con el mejor, de los grandes,
claro está.

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