Un Señor nonagenario entró con su Nieto,
aparecieron en la Guardia.
─El que se va atender, ¿es el anciano?,
porque el protocolo dice que puede entrar una sola persona.
─Pero es mi Abuelo, no lo puedo dejar en
manos de un Médico. Él apenas entiende un “Buen Día”. Tiene un Alzheimer
importante, no sabe en qué lugar está, ni para qué y usted dice que debe entrar
solo. Significa que usted no tiene la menor idea de lo que es ser humano y
mucho menos estar enfermo a los noventa. No le importa nada, porque nació sin
corazón. Lo de mi Abuelo tiene solución, pero lo suyo no. Tal vez, cuando tenga
noventa, si llega, va a entender su conducta irracional e impiadosa.
─Pero Señor, ¿usted no vio el cartel de la
puerta?, una sola persona por vez.
─Será una alegría para mí y una tristeza
para usted, a partir de mañana queda despedido, yo que usted ni me molestaría
en venir. Sería desagradable para todos los enfermos, que necesitan venir con
acompañante. Como usted es un irrespetuoso, además de perder su trabajo…espere
unos segundos, que estoy con usted.
Arrancó cuanto papel protocolar encontró,
los metió en una trituradora de papel, mientras el tipo que atendía estaba con
los ojos exorbitados, porque el triturador quedaba al lado de su escritorio y
después vino otro nieto, joven y robusto, juntó los papeles y aprovechando el
empleado boquiabierto, lo llenó de papeles hasta el esófago. La gente que
estaba esperando por primera vez se rió a carcajadas. El Abuelo y los Nietos,
tomaron un taxi.
El Abuelo miró por el espejo retrovisor,
estaba la Policía al lado del empleado, asfixiado por tanto papel. El Policía
que autorizaba al resto, les dijo:
─Miren cómo laburaría este pobre hombre, que
fue capaz de comerse los papeles que sobraron.

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