Cuando terminó la manifestación, quedó una
niña sola. Hacía dos pasos para un lado, cinco para el otro. La encontró una
señora, varada en la manifestación.
─¿Cuántos años tenés?
Ella le hablaba de frente y la niña contestó
de espalda:
─Tengo cinco añitos, cumplo mañana los seis.
No sé cómo llegar a mi casa, soy ciega, me robaron mi bastón blanco y el
labrador que me conducía. Él sí sabía dónde quedaba mi casa.
La señora, la miró a los ojos, parecía que
veía.
─¿Y tus Padres dónde están?
─Están en el cielo, por eso vivo con mi Tía,
que está poco y nada conmigo. Prefiero estar con Paco, mi perro labrador,
duerme en una alfombrita al lado de mi cama. Cuando tengo pesadillas, él me
despierta con su patota en mi cabeza. Desayunamos juntos, yo sé dónde está cada
cosa. Me lleva a la Escuela, me dejan entrar con él, eso sí, último banco.
─Si querés te llevo hasta tu casa, seguro
que te espera el labrador. Ellos se guían por el olfato.
─Gracias, pero prefiero tomar un taxi.
Subió al primero que pasó. Se desenvolvía
como un grande. La seguí por curiosidad. Llegó a una casa humilde, salió
corriendo emocionada, su perro la estaba esperando y empezaron los hocicazos y
los abrazos. Salió la Tía y la retó feo, la maltrató y casi le saca un brazo. A
la niña no le cayó una sola lágrima.
La Tía desapareció por una cortina de junco:
─¡Pendeja hija de puta, vos y tu perro!
Me bajé del auto y le pregunté si quería
vivir conmigo.
─¿Pero puedo llevar mi perro también?
─Por supuesto, vienen a vivir los dos.
El labrador corrió hasta el auto, un micro
distraído lo pisó y ni siquiera se detuvo. Yo estaba.
La señora con una pala y un lienzo. La niña
ayudó sin llorar, ella quiso hacer el pozo y envolverlo en un lienzo de encaje.
Luego lo tapó y le apoyó su pelotita amarilla sobre la tumba. Ahí se le cayó
una lágrima.
─Bueno, te estás desahogando.
─¿No me puede comprar un perro labrador?,
digo, así lo voy entrenando.

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