lunes, 10 de abril de 2023

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   Estaban recostadas en tres árboles, rodeadas de anémonas y marimonias. Yo miré a la primera, el movimiento de sus brazos, las manos que parecían danzar, seguro conversaban de alguna cosa que los vientos no me dejaban enterar. Se llevaba las voces justo cuando las tres tenían cara de primavera. Después de un rato me di cuenta, que la tercera me miró, yo silbaba despacio, para atraer unos carpinteros, hijos de otros pajaritos, que de antes me conocían. Hasta había uno sentado en la punta de mi zapato.

   Yo seguía mirando la primera, con discreción bien sumada. La tercera no podía dejar de apoyar su mirada, desde mis ojos hasta los pies. La segunda no se dio cuenta que estaba a tres metros de ellas. Sacó un cigarrillo armado y vino a pedir fuego. Intentó prenderlo, pero no pudo, entonces me encargué yo, di tres pitadas seguras, tosí hasta doblarme en dos y lágrimas me salieron, del efecto de aquel tabaco tan fuerte.

   —Éste es un join, regalo de mi hermano. Me dijo: “La primavera, no es primavera si entre las tres no fuman este join. Verán las marimonias y las anémonas, restellantes, con promesas para las tres”.

   Lo hizo tan gordo que alcanzó hasta el vecino próximo y sacó a bailar con la música de los pájaros, a la primera, encantada, a la segunda que con vergüenza, bailaba de lejos y en cuanto a la tercera, se lo avanzó en menos que lo que canta un gallo. Se abrazaron detrás de un seto y las amigas les miraban los pies de ella hacia afuera y los de él inquietos, adentro.

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