Me mintió, alguna vez lo había
sospechado.
Recibí un llamado anónimo donde me
contaron todo sin piedad y con odio. Le corté.
Su saludo era:
─Me voy a trabajar, se me hizo
tarde, entre tus reclamos amorosos y las películas de netflix, nos acostamos a
las tres.
─¿No vas a desayunar?
─No.
Dio un portazo y se fue.
Llamé a su trabajo en varias
oportunidades y nunca estaba. Decidí seguir sus pasos, caminaba rápido y en la
Calle Chacabuco 584 tocó un timbre. Lo atendieron enseguida. Lo esperé en un
café pirulo, fumé un atado de puchos y tomé doce cafecitos.
Lo vi salir del edificio seis
horas después, lo acompañaba una mina flaca alta y rubia, con aspecto de yiro.
Se convirtió en una obsesión,
seguirlo de lejos.
Pasé por una cerrajería e hice
cambiar la cerradura de casa.
Después de tres días apareció.
Escuché sus llaves, no pudo abrir y golpeaba la puerta. Lo atendí por la
mirilla y le pedí que se fuera.
─No te quiero ver nunca más.
Y lo miré cuando se iba, llevaba
un traje nuevo y zapatos color caro. Escuché sus pasos melifluos y un gran
alivio me mandó a la cama.
Estaba tan cansada de caminar para
seguirlo a donde fuera, me sentí imbécil. Qué más decir.
No pude dormir, salí a la mañana
para seguir al yiro de lejos. Ella tomó el subte, me senté en otro vagón. Nos
bajamos al unísono, la corrí, la insulté y cuando la tiré de los pelos me quedé
con una peluca rubia en la mano. Tenía voz de hombre.
Qué más decir.

No hay comentarios:
Publicar un comentario