Pitorro nació
con un miembro que crecía diez centímetros por año. Su madre le cambió los
pañales hasta sentir que su hijo era un fenómeno de la Naturaleza. Mientras
ella entristecía por haber rezado tanto, para que el hijo saliera varón. Al
padre le crecía el orgullo. Para aliviar a su mujer, le cambiaba los pañales.
Cuando éstos no pudieron contenerle, al padre se le ocurrió el método del
enrosque, ataba la manguera (ya no podía hablarse de miembro) a su pierna
derecha. Cuando comenzó a barrer el piso, consultaron al galeno de su
confianza. El mismo que lo vio nacer. Cuando miró, salió corriendo, se metió en
el baño y rompió en carcajadas que no pudo detener.
Al salir pidió
disculpas y preguntó a Pitorro si podía recorrer con guantes quirúrgicos, el miembro
notable.
—Sí, en verdad,
Señores, el niño en poco tiempo obtendrá su desarrollo final, que de nada ha de
servirle. El aparato en cuestión es tan flácido que no obtendrá placer alguno
ni con sus propias manos.
—¿Y no se podrá
operar, Doctor? —preguntó la madre.
—Señora, sería
como cercenar una pierna sana.
A pesar de lo
pronosticado, Pitorro tenía erecciones, tan firmes y fuertes, que asombraba a
sus amigos. Éstos, mudos de admiración notaron que tenía sectores de enrosque,
a la pierna derecha. Por la idea de su padre, durante el cambio de pañales. En
otras secciones, nacían formatos de Erlenmeyer. El sastre le construía
pantalones tripáticos, dos normales para sus piernas y la tercera pierna (así
se designaba) la diseñaba de un largor que concluía en una patineta, para poder
trasladarse.
Fue invitado por
el Principado de Mónaco a una tertulia, con la suspensión del casino más
selecto.
Pitorro desplegó
al desnudo su descomunal aparato, le entregaron un monopatín de oro y logró
calentar hasta a la más frígida de las presentes. A los hombres también, ahora
que el género y sus cuestiones se liberaron.
Recibió el Oscar
al Miembro Más Importante del Mundo. No alcanzaba la alfombra roja, lo
solucionaron con el agregado de una patineta. Las damas, solicitaban turno para
ser amadas, por curiosidad y deseo. Pitorro les enroscaba la cintura y el
cuello, desde allí descendía a los lugares indicados.
Los gemidos
ensordecían edificios enteros. Los padres y el resto de la familia, con Pitorro
incluido, lamentaban que el joven fuera estéril.
Él no se dio por vencido, adoptó diez, lo amaban porque por fin tenían un Papá, que además los transportaba donde fuera, en patineta.

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