viernes, 7 de abril de 2023

FERROCARRILES

 

   —Para mañana por la mañana, necesito la última parte del cuento, no crea que mi parentesco lejano con su Padre, haría funcionar su postergación, el parentesco en la entrega será más cercano. Yo también tengo mi compromiso y está firmado.

   Me miraba mientras su índice gordo me señalaba, el Editor me dio la oportunidad y le estoy haciendo una bizarría. Los chistes del Diario, eran su cultura. No iba más allá de su obsesión para la venta, de las porquerías que le entregaran, mientras que le pidieran tres ediciones consecutivas.  

   La hoja en blanco era una tortura, noche cerrada y debí abrir mi imaginación. Mi Padre, tutor acertado, decía que empezando por el final, se llegaba al principio, nunca lo pude hacer. La birome se retobaba y salió el cuento de una. La Mujer del Inspector se entregó al que vendía boletos. De tanto verse al pasar, cuando le llevaba merienda a su Marido, ambos bajaban la cabeza al piso.

   Terminaron escondidos en la pensión del Boletero, la primera noche fue timidez, la segunda alguna caricia, la tercera pareció dar la vuelta al mundo. Él renunció por carta a su trabajo de Boletero y entre los dos limpiaban oficinas de lugares importantes, donde hubieran necesitado tres personas más, pero ellos lo resolvieron así, ganaban buenas rupias y los capos de los lugares, les dejaban propinas cuantiosas.

   Les generaba simpatía porque eran dos pendejos que se jugaban el esfuerzo, de dejar todos los días más brillantes sus tareas. Esta vez, sin avisar, se fueron a vivir al Tigre, les dieron una casita recién construida, cuya función era llevar a los turistas hasta la Isla Martín García y otras más chicas, que el Río subía y las tapaba y en las bajadas la gente se divertía, pescando mojarritas, nuca faltaba el que les abastecía el vino.

   Recuperar el tiempo de hacer el amor o intentarlo, los dos tenían la edad, donde las hormonas se vuelven locas y vuelta a empezar todo el tiempo, hasta que nacieron los gurises. Fueron mellizos, un bebé y una bebesa. Ya tenían la parejita.

   En uno de los ferrocarriles nuevos, el Padre de ella, que ansiaba que su hija se casara pronto, para dedicarse a la bebida y a las mujeres, sin tener que ocultarse. En esa zona de campo, por vez primera pasó el tren, en el baile anual del lugar, la chica fue presentada al Inspector de la Estación.

   Él le triplicaba la edad, pero la boda se realizó. Ella no tuvo luna de miel y no hubo ni miel ni luna. La inocente pensó que casarse era así y al final se acostumbró. Preparaba dos meriendas, una para su Marido y otra que le daba a escondidas al Boletero. Cuando huyó de la casa, al Inspector le dio alegría, sentía que era una putada, arrebatarle la juventud a esa criatura hermosa e ingenua.

   Era un hombre tan generoso, que le pareció una reparación, que su reemplazo lo cumpliese aquel joven de ojos buenos, “Boletero de la Estación”.

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