sábado, 15 de abril de 2023

UNA TARDE APACIBLE

 

   —Señora, disculpe que la interrumpa, pero su hijo se encuentra a caballo de esos cristales blindados, su niño mide uno cincuenta, a ojos de buen Camarero, pero él se halla en la parte superior, que tiene tres metros de distancia hasta el piso.

   La mujer entornó los ojos achimangados.

   —Gustavo Adolfo, bajá de donde estás porque el Mozo tiene una mala onda, que ya mismo nos retiramos.

   Una mujer alta, gorda, danesa, con el monstruito regando con helado las ropas de los parroquianos de la Terraza, tiró todas las sillas que encontró, le tiró del pelo a un bebé en cochecito, que arrojó por un plano inclinado, llegando al cordón de la vereda. Los Padres del bebé rampante, discutían sobre qué gusto llevarían los helados. El joven Camarero, llegó justo al momento en que venían tres autos cordoneando. Llevó el cochecito hasta adentro.

   —¿Cómo se va a llevar a nuestro bebé sin avisar? Su prioridad es atender nuestros pedidos.

   El Camarero tomó el primer vasito:

   —¿Qué gustos desean los Señores?

   Empujaron sus panzas cerveceras contra la vidriera:

   —Yo quiero limón, chocolate, palta y ciboulette. Para mi Marido, dulce de leche, mandarina, zanahoria y morrón.

   El Camarero, sin perder el control, les dijo que en los vasitos no cabían los gustos que pedían.

   —Además, helados verduleros, no tenemos.

   La mujer bajó indignada, con el cochecito en el aire, mientras su  Marido le dijo al Mozo:

   —El dueño de este lugar es un amigo que sabrá de su injustificado comportamiento.

   Se iban chupando dedos dejados por el niño anterior, subieron a su auto y partieron. El niño anterior aterrizó en el recipiente de residuos, metió la cabeza adentro y quedó atrapado comiendo barquillo ajeno y pasando la lengua por restos de helados.

   Cuatro mujeres que no paraban de hablar y para sacar a la criatura, hicieron tanta fuerza que casi degüellan al chico, llegó la ambulancia y el personal médico, no encontró manera de solucionar aquello, cuando la cabeza quedó suelta en el cesto, con el cuerpo separado.

   Era gente recién recibida, le pegaron la cabeza al revés, la cara mirando hacia la espalda y la nuca al frente. La Terraza quedó con el piso lleno de helado, zapatitos de niño, sangre por doquier, pedazos de mesa partidos, la mentira de los vidrios blindados, totalmente estrellados. Se llenó de perros de la calle, que lamían todo lo que encontraban, hasta el Camarero tirado en medio de aquel Apocalipsis Now.

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