Sus dolores de
cabeza resultaron un tumor del hemisferio derecho. La operaron, resultó
benigno. Antonia tuvo una recuperación lenta y poco auspiciosa la secuela,
perdía el equilibrio, usaba bastones.
—No solamente me
tengo que sostener de los picaportes, estoy sorda del oído derecho, con un
silbido que forma parte de mi vida.
Nos
comunicábamos con el viejo teléfono de bakelita, sostenía la relación porque
estudiamos juntas, nuestros gustos adolescentes eran igualitos. Cuando se mudó
a La Plata, Antonia tenía una postura política y yo otra. Disentíamos fuerte,
hasta que un día nos agarramos de los pelos. Luego tratábamos de olvidar
temáticas politicoideas.
—Si desaparecen,
por algo habrá sido.
No tenía filtro
la loca. Cuando la tortura y la muerte se dio entre su flia, cerró el culo.
Yo me retiré al hipismo
fanático y Antonia a la burguesía careta, bien vestida y ambiciosa. Nos
seguimos queriendo y Antonia decía:
—Nuestra amistad es ancha y lujosa.
Yo asentía.
Hasta que fui a vivir a un pueblo lejano, donde nadie de Bs As me visitaba.
Antonia venía seguido, pero los años la pusieron extremista en cualquier cosa
opuesta a lo más razonable. Defendía lo indefendible, era una tara sin cura. Mi
marido opinaba: —Negra, no me la banco más, me mandonea más que vos.
Mi hijo, Pipo,
igual: —Mamá, duerme en mi pieza, tiene el patrimonio de la tele y pide que le
lleve agua, que le alcance el cenicero ¡Por favor, que no venga más!
Un día de sol,
árbol y silencio, recorríamos caminitos y la escucho: —Todo lo que pasa es
culpa de Macri.
A mí el tipo no
me simpatizaba, pero antes que la Chorra de la Perra, lo prefería.
—Me da tanta
lástima Santiago Maldonado, lo hicieron desaparecer estos hijos de puta.
Me pudrió:
Antonia, Maldotado, Maldonado, o cómo se llame, es un imbécil, que nadie
asevera que existe, se usa para tapar otras cosas ¿No te das cuenta? Acá hay
muertos todos los días y no le importan a nadie. ¿Cómo le vas a dar bola a un
boludo?, bueno vamos a la terminal y te saco pasaje.
—¿Por qué yo que
hice, qué dije? ¿Eh?
Nadie le pudo
responder. Esperamos el micro con ella que nos abrazaba. —¡Cómo los voy a
extrañar!
Cuando la vi
partir, pensé: Antonia, vos acá nunca más, nunca.
Ahora estamos
viejas, me llama una vez por año, ella no me escucha, yo no la entiendo.
Uno nunca
termina de conocer a los amigos, pero estoy segura que la comunicación anual es
para ver si todavía estoy viva. Una perversa la loca.
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