martes, 3 de octubre de 2017

PERSONAL TRAINER


   —¿No probaste nunca?, jamás te daría algo que te dañara, no podés escuchar Pink Floyd si antes no te fumaste un porro.
   —Y bueno.-Dijo ella que estaba deslumbrada por aquellos ojos, uno triste y otro contento-.
   Era un trabajo de orfebre, flores paraguayas. Ella miraba cómo deshacía un pedacito mínimo, lo vertía en un papelito blanco y suave, con un movimiento imperceptible de dedos mágicos, aparecía un cigarrito finito finito. —Tenés que dar una pitada breve y dejar que se entretenga en tu garganta.
   Ella lo miraba y procedió como le dijo, le dio tos y risa, siguió  y la tercera vez él avisó. —No, esperá ahora me lo pasás a mí y así, una pitada vos y la siguiente yo.
   Empezó el vinilo de la vaca y tirados en el piso advirtieron, que sin Pink Floyd no podían entender la vaca, ella dijo: —El sonido del huevo frito me dio ganas de comer uno.
   —Que sean dos.-Y él entró en la cocina diminuta, hizo uno para cada uno, tan perfectos como armaba. Salieron con camisa, redondos, 360 grados y escurridos-.
   —¿No te hará mál?-Le preguntó-.
   —Por dios, están resanitos, por eso el que quema la boca da hambre.¿No?
   Le convidó un coñac caliente, hacía frío. —¿No me hará mal?
   —No ¿por qué?
   Ella pensó en la mezcla, porro, huevo frito y coñac. Él cantaba mientras la peinaba y le ataba los cordones de las zapatillas. Volvieron por Diagonal Norte, él le dio un beso en la frente, ella apretó el botón del departamento de sus padres.
 En el ascensor recordó el consejo de su Abuela antes de salir: —No aceptes caramelos de desconocidos.
   Fue más divertido que los caramelos, mañana le cuento.  
                                                             

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