El cartel de mi
casa decía en letra gótica: “AYUDANTE DE TRADUCCIÓN”, al tipo que lo hizo, un
gringo joven y vanidoso le pareció adecuado cambiar el texto por “TRADUCTOR Y
CÍA.” Lo felicité por su trabajo, pagué. Me apasiona que la gente viva ilusionada,
se les pone el gesto liso y la sonrisa persiste.
Una mujer
vestida de negro entró sin llamar y me extendió una carta, colgaban de sus
pestañas dos lagrimitas emocionadas. Pidió que leyera el contenido en francés,
idioma ignorado por ella y si tenía a bien contestar en su nombre. Hice la
lectura interna para no perturbar a la mujer. Le escribía una amiga que vivía
en París desde hacía cinco años. Rogaba que no se hiciera presente en su casa
debido a su nueva condición socioeconómica. Sus nuevas amistades detestaban las
personas sin ingresos cuantiosos y mal vestidas, como ella. Decía que se
aburría, alejar sus nuevos amigos la pondría muy triste. Agregó que la amistad
tiene fecha de vencimiento. Total, aburrirse en París o en Buenos Aires daba igual.
Una firma de expediente cerraba la carta.
La mujer, ansiosa de palabras que pude
traducir, con diccionario por medio y recuerdos del colegio en la hora de
francés. El desprecio y el abandono no necesitan traducción, tienen olor a
merde.
Elegí palabras regias: “Querida Yanina, estoy
tan contenta de verte pronto y abrazarnos y contarnos todo y recorrer los
lugares donde vivieron los grandes. En estos días tramito tu pasaje, no quiero
que gastes en tonteras. Yo, tu mejor amiga, Isabel Adorno, te espero en una
casa que se te va a caer el culo. Hay muchos candidatos para presentarte. De
los ricos y famosos. Sos tan bella que podrás elegir a tu gusto. Viajá sin
maletas, tengo un vestidor repleto de modelos subversivos. Es la moda ¿Viste?
Voy a buscarte al aeropuerto. Me late el corazón ante la sola idea que vengas.
Mon petit amigá, nos vemos.”
La mujer vestida de negro exigió que le
redactara una respuesta inmediata, pagaría mis honorarios cash.
“Querida Isabel Adorno: no sé cómo llegaste al
máximo de tu hipocresía. Estoy enterada que vivís en Santiago del Estero y
ganaste el odio de todo tu pueblo. Siempre fuiste pijotera, pero ignoraba que
sos ladrona al servicio de las bestias que nos gobiernan. Me casé con una
eminencia de la Francia, tengo dos hijos que son una promesa. Vine a visitar a
mi madre y vuelvo con su abrazo genuino. Yanina del Brete.”
Luego de las
cartas me invitó a un restorán de Puerto Madero. Nos tomamos todo, yo simulé el
desenfado decontracté de los franchutes. Fuimos amantes por dos días. ¡C’est la
vie! ¡Vive La France!
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