Eran veinte
manzanas, con un casco de muchas habitaciones, decoradas con camas con dosel y
sábanas primorosas.
Decidieron
usarla para reuniones empresariales, durante una quincena y el resto para uso
personal y amistades o conocidos, invitados a pasar algunos días. Los hermanos:
Abel y Toro, muy astutos para los negocios, respetaron los viejos montes y
naranjos, que abrazaban la casona, dejando espacios para el sol y sus pasos
circulares. Los hermanos presentaban a su hermana. —Ésta es Adela, nuestra
hermana menor.
Ella los miraba
con el odio de sus años, a la gente presentada y a sus hermanos. No tenían
padres. Abel y Toro la dejaron a cargo de una alemana citadina. —Chicos,
Marlene me trata mal, sirve el desayuno frío sin tostadas y las comidas siempre
son polenta, o salchichas con puré.
Los hermanos lo
tomaban como quejas de niña malcriada, cuando la visitaban, una vez por mes o
cada tres meses, Marlene la acicalaba con rizos y vestidos de buen corte. Adela
estaba blanca y con poco peso. —Toro, me tenés que creer, no me lleva a la
escuela, desaparece con el jeep hasta entrada la noche. Ahora me pega por
cualquier cosa, primero fueron sacudones, luego pellizcos. Igual no lloro, no
le voy a dar el gusto.
Los hermanos
preguntaron a Marlene. —Es una niña que da trabajo, pero es tan linda y
educada, es un gusto.
Los hermanos le
creían hasta que un día descubrieron moretones y arañazos en el cuerpo de
Adela. —No es nada, me gusta andar por el bosque y tropiezo, o las ramas que no
distingo.
A Marlene le
aumentaron el sueldo, con la idea que fuera más cuidadosa con la niña, no tan
niña, cumplió doce y nadie lo recordó.
Toro y Abel
pensaron que la niña era algo mitómana y Marlene, encantadora y sincera. Ellos trabajaban en Bs
As y no podían llevar a su hermanita, carecían de tiempo.
Una noche de
verano, Adela estaba sola. Acercó un banco a la alacena, bajó un vino abierto
que dejaron sus hermanos y tomó tres vasos como si fuera gaseosa. Por primera
vez se sintió feliz, había una invasión de luciérnagas que iluminaban los
naranjos, el cielo lleno de estrellas y la luna redonda tenía los tres Reyes
Magos, que pensaba Adela, vivían allí. Al amanecer apareció Marlene, que cuando
vio, se tapó la cara con ambas manos y chocó contra un árbol, su cabeza dio en
el volante y el Jeep se incendió con Marlene adentro. Los hermanos llegaron al
atardecer. Adela sin vida colgaba de un naranjo, con una cinta blanca alrededor
del cuello. Lejos de sus pies, la vieja banqueta del piano, quebrada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario