miércoles, 18 de octubre de 2017

DÉJENLA SOLA, SOLITA Y SOLA


   Eran veinte manzanas, con un casco de muchas habitaciones, decoradas con camas con dosel y sábanas primorosas.
   Decidieron usarla para reuniones empresariales, durante una quincena y el resto para uso personal y amistades o conocidos, invitados a pasar algunos días. Los hermanos: Abel y Toro, muy astutos para los negocios, respetaron los viejos montes y naranjos, que abrazaban la casona, dejando espacios para el sol y sus pasos circulares. Los hermanos presentaban a su hermana. —Ésta es Adela, nuestra hermana menor.
   Ella los miraba con el odio de sus años, a la gente presentada y a sus hermanos. No tenían padres. Abel y Toro la dejaron a cargo de una alemana citadina. —Chicos, Marlene me trata mal, sirve el desayuno frío sin tostadas y las comidas siempre son polenta, o salchichas con puré.
   Los hermanos lo tomaban como quejas de niña malcriada, cuando la visitaban, una vez por mes o cada tres meses, Marlene la acicalaba con rizos y vestidos de buen corte. Adela estaba blanca y con poco peso. —Toro, me tenés que creer, no me lleva a la escuela, desaparece con el jeep hasta entrada la noche. Ahora me pega por cualquier cosa, primero fueron sacudones, luego pellizcos. Igual no lloro, no le voy a dar el gusto.
   Los hermanos preguntaron a Marlene. —Es una niña que da trabajo, pero es tan linda y educada, es un gusto.
   Los hermanos le creían hasta que un día descubrieron moretones y arañazos en el cuerpo de Adela. —No es nada, me gusta andar por el bosque y tropiezo, o las ramas que no distingo.
   A Marlene le aumentaron el sueldo, con la idea que fuera más cuidadosa con la niña, no tan niña, cumplió doce y nadie lo recordó.
   Toro y Abel pensaron que la niña era algo mitómana y Marlene,  encantadora y sincera. Ellos trabajaban en Bs As y no podían llevar a su hermanita, carecían de tiempo.
   Una noche de verano, Adela estaba sola. Acercó un banco a la alacena, bajó un vino abierto que dejaron sus hermanos y tomó tres vasos como si fuera gaseosa. Por primera vez se sintió feliz, había una invasión de luciérnagas que iluminaban los naranjos, el cielo lleno de estrellas y la luna redonda tenía los tres Reyes Magos, que pensaba Adela, vivían allí. Al amanecer apareció Marlene, que cuando vio, se tapó la cara con ambas manos y chocó contra un árbol, su cabeza dio en el volante y el Jeep se incendió con Marlene adentro. Los hermanos llegaron al atardecer. Adela sin vida colgaba de un naranjo, con una cinta blanca alrededor del cuello. Lejos de sus pies, la vieja banqueta del piano, quebrada.
                                                              

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