Delante era un
boliche con una luz amarilla, donde jugaban telas de araña cazando mosquitos.
Un mostrador antiguo, de pobre y bebidas Valle Viejo, Hesperidina, vino suelto,
vasos percudidos y tres o cuatro hombres solos, sentados estilo: “Es lo único en
la vida que se parece a mi vieja”.
Se asomaba gente
joven, bien vestida, repugnante, como son los que tienen poder adquisitivo. El
cantinero prendía una luz, con un botón tras mostrador: “ADENTRO PODÉS TODO”,
se abría una puerta trampa y pasaban los chicos. La música impedía escuchar, si
pedías una gaseosa te traían una birra, si pedías un margarita, te traían una
birra, si pedías un tequila no te traían nada, porque no te escuchaban. En los
costados se recortaban fileteados de Martiniano Arce, que daban a mesas
alargadas, donde se fumaba porro, en otro merca, al fondo pastillas de diseño. Los
laser móviles intermitentes hacían olvidar si uno caminaba por el techo, por el
piso, o las paredes. La música de vinilos importados los manejaba un DJ
múltiple y genial.
Perdí a mi novia
Olivia en tres oportunidades, no la extrañé, porque se me venían encima cada
minón franelero que me sumergí en otro planeta, cuando me apoyó las tetas un
trava, usé todas mis fuerzas hasta encontrar a Olivia. Estaba en el baño de
hombres, con cinco tipos, según ella no pasó nada, yo le creí. Ocurren cosas
raras en esos boliches canutos de Puerto Meadero. Más para nosotros, que somos
de Juárez.
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