—Isa, el marido
es arquitecto, se recibió en la UBA. ¡Y mirá lo que hizo!
Isa pensó que
tal vez fueron los constructores improvisados, como consuelo le dijo. —No
trates de apagar mi odio, desde los cimientos, se raja todos los días en
lugares imprecisos, me rompió el inodoro “Pescadas” de mi Abuela, junto con la bacha
estampada. Podés creer que se cayó una viga mientras comíamos y partió la
sopera, nos salvamos de pedo. La viga se fue derrumbando encadenado, íbamos
cambiando de habitación.
—¿Y cómo lo
resolvieron?-Preguntó su amiga-.
La miró con ojos
de vaca muerta: —Corrimos hasta llegar a los vecinos, que ni conocíamos. Nos
recibieron con una comprensión exagerada. A ellos les pasó lo mismo con el
mismo arquitecto. El vecino se dio maña y construyó una cabaña de troncos machimbrados,
lo ayudó su mujer, una regia la mina, te digo.
—¿Qué te parece
que haga, Isa?
—Primero tomate
un Rivotril. El sábado se van a Buenos Aires, posta. Nos ponemos pilchas de
trabajo, llevamos cuanta herramienta encontremos y les destrozamos todo.
Tapices, alfombras y ropas nuevo rico, las metemos en el vestidor que nos
enrostraban. Nafta, fosforitos y llamamos a los bomberos, viven alto, son
pretenciosos. El lunes, cuando lleguen a su casota, encontrarán humitos
agonizantes.
—¿Y si el fuego
toma nuestras casas, bah la tuya?
—Isa, yo quería
guardar el secreto, sé quién sos, te digo. El Juez que va a intervenir en la
causa, es mi amante, mucho más fiel a nuestra relación que a cualquier
sobrecito. El arquitectrucho tendrá que resarcirnos en Euros, Dólares y Pesos.
Después del moco que se mandó ¿Sabés quién le va a dar trabajo? Nadie,
absolutamente nadie. 
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