Pasó por nuestra
mesa, hacía mucho que nadie la peinaba, linda y desesperada, me di cuenta
tarde, la Madre le ordenó: —Tenete de mi mano porque sino te perdés.
En el otro brazo
le colgaba una bolsa del Super, grisácea y gastada. Miró la mesa buscando una
golosina, yo no tenía, me place dar caramelos a los chicos, pero no tenía. La
niña quería comer algo, pasó su manito libre por las migas de otras mesas. No
parecían desposeídas, pero ella tenía hambre, hambre desde que nació, por eso
el pelo reseco, el cutis áspero y los ojos entornados que brillaban cuando otra
niña mordía un tostado.
—¿Por qué estás
seria? Si no leíste el diario, mirá los chistes, hay alguno bueno.
Me dio bronca
hasta que dijera lo de los chistes. Pasaba mucha gente y Madre e Hija, entre
pasos se confundían. Lo pesqué mirando traseros.
—Dame plata, rápido que
cierran.
Crucé la calle,
había esos negocios de cotillón con disfraces de tul falso, pelucas de colores,
varitas de hada y coronas de princesa. Compré rápido, las empleadas me
regalaron pulseritas, me vieron cara de angustia, me temblaban las manos. Las
vi sentadas esperando el micro. Un chico vendía sánguches, le compré una
pilita. Crucé de nuevo, le acerqué el bolso a la nena. —¿Cómo te llamás?
—Carola.-Dijo-.
La Madre mostró
una sonrisa. Le extendí el bolso. —Te lo dejaron en aquel banco, un retraso del
Día del Niño.
—No, no es mío,
ya pasó el Día del Niño.
—Te aseguro que
sí, tenía un moñito que decía: “Para Carola”, se salió de la bolsa y una moto
lo llevó pegado en una rueda.
Ella abrazaba el
bolso, miraba todas las motos. —¿En cuál estará el moñito que decía Carola? 
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