Cuando sus
padres murieron, Lina vivió con sus tíos. Pasaba por la Iglesia intimidada,
hasta que un día, sin misa, entró. Había un sacerdote rezando con absoluta
concentración, Lina se sentó al lado llorando con hipos. El Sacerdote le secó
las lágrimas y dijo: —Sonate la nariz, primero un lado, después el otro, epa,
epa, ¿Cómo te llamás?
—Lina, pero no
le diga a nadie que vine.
—¿Quién te hizo
esto aquí?¿Y aquí? Los bracitos. Vamos a curarte, Lina.
—No, no quiero.
—Acá hay una
sala de primeros auxilios y tus heridas sangran mucho.
La tomó de la
mano y notó dos deditos violetas. Por suerte había una Doctora que le realizó
curaciones hasta el entablillado de los deditos quebrados. Tenía seis años y no
pesaba nada. La Dra pidió al Sacerdote que la acompañara, según Lina vivía con
sus tíos. Tardaron en atender, salió una mujer tan golpeada como la niña y se
escuchó la voz de un beodo que finalmente dijo: —Salgan de mi casa, soy el
dueño y hago lo que quiero.
Les cerró la puerta
en la cara y metió a Lina dentro, como si fuera un almohadón. Ellos subieron al
auto y fueron a la Policía.
—Venimos a
denunciar el abuso de una niña y un hombre que parece el autor.
—Espere un
momento Sr Cura, ya sé de quién me habla es la familia Killing. Él es el Comisario, yo no puedo hacer
nada, ahora le digo, hay mujeres que merecen una salipa de vez en cuando y los
niños también, a mí me sucede y a veces se me va la mano…
Se fueron los
dos consternados y se presentaron en el Juzgado del Menor y la Flia. —Acá no
hay personal para tomar esa denuncia, la Jueza de Menores viene de mañana, o no
viene, depende.
Los dos se metieron
en el auto y apareció un joven que estaba dentro del Juzgado. —Les pido
reserva, porque puedo perder el trabajo, ya estoy amenazado. No creo que me
pase nada, pero vieron cómo está todo. El Comisario y la Jueza actúan en
connivencia, hay drogas, prostitución y todos los miasmas que deben saber por
los Medios.
—¿Y qué hacemos
entonces?
—Dra, como no
estamos en Estado de Derecho, yo en lugar de Ud, me llevaría a la niña y a su
tía, les pido discreción, tiemblo de la impotencia, pero Ud sabrá , Padre, que
en definitiva es un problema de conciencia. Me voy, está lleno de soplones,
hace mucho que hablamos.
El Pueblo era
chico, la Doctora Rosita vivía en un sitio alejado, la catramina de la yuta no
podría acceder. Vivía así porque su marido estaba acusado de un robo que no
cometió. Rosita blanqueó delante del Cura, trabajaban casi juntos. Lina
abrazaba a la Tía y le contaba que la Dra Rosita y el Curita las salvarían.
Salieron un
amanecer los cuatro, la niña y la Tía no podían creer en esa casita como debajo
de la tierra, con ventanas malvonosas y el marido de Rosita los recibió con
sendos tazones de leche recién ordeñada.
El Sacerdote y
la Dra Rosita regresaron pronto al Pueblo, dando mil vueltas para no levantar
la perdiz.
Igual, perdices
había a patadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario