“La Isla Del
Diablo” unida al continente por una ruta pedregosa, databa de siglos. Los
lugareños supersticiosos no asentaban sus viviendas allí. Un grupo de
inmigrantes suecos, compraron la isla y antes de instalarse fue rebautizada “La
Isla Del Ángel”. Construyeron cabañas pequeñas con amables detalles de su otra
tierra. Axel y Dagmar realizaron un simulacro de faro, con habitaciones, sólo
se accedía por una escalera de caracol, decían que fortalecía las piernas para
las caminatas dificultosas. Anga y Gunda, pensaron en alquilar a parejas sin
niños. El sitio guardaba sus peligros.
—Esto es un
Paraíso, un verano aquí nos sacará las cucarachas que tenemos en la
cabeza.-Dijo Tristán-.
—Estoy de
acuerdo.-Respondió Cacho- Pero sin peleas, ni competencias.
Durante
Diciembre y Enero, socializaron con los suecos y algunos argentinos. Una noche
atravesaron piedras hasta el amanecer, descubrieron una planicie de cantos
rodados.
—Mirá Tristán! El
mar está a la altura de nuestros ojos, es un fenómeno del lugar, hagamos unos
saludos al sol.
Tristán tuvo
temor: —No te olvides, el mar crece y esto quedará sumergido en segundos, yo te
espero arriba, tené en cuenta, Cacho, el mar no pide permiso.
Tristán se
distrajo con un cangrejo amistoso. Volvió su vista hasta la planicie, estaba
cubierta de agua con oleaje. Se puso de pie y no vio a su amigo, fue a buscar
ayuda, el mar lo atrapó hasta la cintura, sintió dos manos prendidas en sus tobillos.
Arrastró a Cacho
hasta la orilla, estaba cianótico, le hizo respiración boca a boca y le apretó
el pecho en reiteradas oportunidades, le
dio dos bofetadas en la cara. Cacho largó un chorro, de su boca, como una
ballena. Volvió el color a su rostro, Tristán dejó que descansara, se acercaron
algunos suecos, una chica llevó una toalla para la cabeza. Le tomaron el pulso,
luego la presión, andaba como si nunca. Se levantó del suelo por sus propios medios
y dejó que la chica lo trasladara a su cabaña, para darle algo caliente.
De Tristán se
olvidaron todos, ni un saludo, ni las gracias de Cacho, que reía en la cabaña
de la sueca. Armó la mochila y cruzó al continente por la ruta angosta, lo
seguía el cangrejo amigo que inexplicablemente reapareció. Ese animalejo le dio
contención.
Llegó a
Montevideo cuando al avión se le dio la gana. A tres días de su llegada, llamó
Cacho, le cortó en la oreja y desconectó el teléfono.
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