lunes, 2 de octubre de 2017

CANGREJO TERAPÉUTICO


   “La Isla Del Diablo” unida al continente por una ruta pedregosa, databa de siglos. Los lugareños supersticiosos no asentaban sus viviendas allí. Un grupo de inmigrantes suecos, compraron la isla y antes de instalarse fue rebautizada “La Isla Del Ángel”. Construyeron cabañas pequeñas con amables detalles de su otra tierra. Axel y Dagmar realizaron un simulacro de faro, con habitaciones, sólo se accedía por una escalera de caracol, decían que fortalecía las piernas para las caminatas dificultosas. Anga y Gunda, pensaron en alquilar a parejas sin niños. El sitio guardaba sus peligros.
   —Esto es un Paraíso, un verano aquí nos sacará las cucarachas que tenemos en la cabeza.-Dijo Tristán-.
   —Estoy de acuerdo.-Respondió Cacho- Pero sin peleas, ni competencias.
   Durante Diciembre y Enero, socializaron con los suecos y algunos argentinos. Una noche atravesaron piedras hasta el amanecer, descubrieron una planicie de cantos rodados.
   —Mirá Tristán! El mar está a la altura de nuestros ojos, es un fenómeno del lugar, hagamos unos saludos al sol.
   Tristán tuvo temor: —No te olvides, el mar crece y esto quedará sumergido en segundos, yo te espero arriba, tené en cuenta, Cacho, el mar no pide permiso.
   Tristán se distrajo con un cangrejo amistoso. Volvió su vista hasta la planicie, estaba cubierta de agua con oleaje. Se puso de pie y no vio a su amigo, fue a buscar ayuda, el mar lo atrapó hasta la cintura, sintió dos manos prendidas en sus tobillos.
   Arrastró a Cacho hasta la orilla, estaba cianótico, le hizo respiración boca a boca y le apretó el pecho  en reiteradas oportunidades, le dio dos bofetadas en la cara. Cacho largó un chorro, de su boca, como una ballena. Volvió el color a su rostro, Tristán dejó que descansara, se acercaron algunos suecos, una chica llevó una toalla para la cabeza. Le tomaron el pulso, luego la presión, andaba como si nunca. Se levantó del suelo por sus propios medios y dejó que la chica lo trasladara a su cabaña, para darle algo caliente.
   De Tristán se olvidaron todos, ni un saludo, ni las gracias de Cacho, que reía en la cabaña de la sueca. Armó la mochila y cruzó al continente por la ruta angosta, lo seguía el cangrejo amigo que inexplicablemente reapareció. Ese animalejo le dio contención.
   Llegó a Montevideo cuando al avión se le dio la gana. A tres días de su llegada, llamó Cacho, le cortó en la oreja y desconectó el teléfono.
                                                           

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